El cartujo creía haberlo visto todo, pero estaba equivocado. Nunca en su larga vida imaginó presenciar manifestaciones a favor de un delincuente. Y sin embargo, por la pantalla de televisión fue testigo de cómo miles de personas marcharon el pasado miércoles por las calles de Culiacán, Guamúchil y Mocorito para exigir la liberación de Joaquín El Chapo Guzmán.
No sucedió lo mismo hace un año cuando aprehendieron a la guerrera Elba Esther Gordillo, nadie se movilizó para solidarizarse con ella ni derramó una lágrima por su caída. Los maestros la dejaron sola y su familia —narra Carlos Loret de Mola— no fue capaz de cancelar “el lujoso viaje en crucero que habían planeado todos juntos para las vacaciones de Semana Santa”. Nadie la quería, ahora lo sabe. El espejo le mintió siempre y jamás fue la princesa sino la bruja del cuento.
Las movilizaciones en Sinaloa dicen muchas cosas, hablan de una vieja cultura fomentada por el abandono del Estado, por la corrupción y los abusos de las autoridades. En su libro CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna al mundo, Roberto Saviano explica: “Hay generaciones enteras que han dejado de pasar hambre gracias a la droga. Desde los campesinos hasta los políticos, desde los jóvenes hasta los viejos, desde los policías hasta los parados. Hay necesidad de producir, almacenar, transportar, proteger. En Sinaloa todos son hábiles y en activo”.
Ahora, al sentir amenazado no solo su sustento sino también su seguridad, muchos sinaloenses salieron a la calle con pancartas de apoyo al capo, exigiendo su liberación. De acuerdo con la crónica publicada por Cynthia Valdez, en una de ellas se leía: “Joaquín Guzmán daba trabajo, no como ustedes políticos corruptos”.
Pobre país cuando narcos como Guzmán Loera superan a los políticos en aceptación social. Frente a las riquezas inexplicables y el insensato derroche de individuos como Ismael Hernández, ex gobernador de Durango, otro estado asolado por la violencia, quien para festejar su triste medio siglo organizó una fiesta para cuatro mil gorrones en la Hacienda de Dolores Hidalgo, en el municipio de El Mezquital, El Chapo se erige paradigma de la discreción y la mesura. Al contrario del ridículo Niño Verde o de los hijitos de Carlos Romero Deschamps o de Martha Sahagún, “llevaba un vida tranquila, sin ostentaciones, sin demasiados lujos”, dice el autor de Gomorra.
La captura de El Chapo es un éxito indiscutible del gobierno de Enrique Peña Nieto, solo desde la más absoluta mezquindad se le pueden escatimar méritos. La cereza del pastel sería meter a la cárcel también a quienes durante tantos años lo protegieron y se beneficiaron de sus utilidades, y garantizarle a los sinaloenses empleo, seguridad, educación y todas esas cosas indispensables para conjurar los malos pensamientos.
Queridos cinco lectores, como dice el escritor Roberto Pliego: perdón si me excedí y me puse moralejo. Con la música de Paco de Lucía, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes.