Michoacán.- El líder de 'Los caballeros templarios' fingió que las fuerzas federales lo abatieron en diciembre de 2010; ese pasaje lo integró en un libro a modo de hazaña épica y luego lo difundió por los ...
Narra, recrea su propia muerte, en la falsa redacción de un escritor fantasma:
—Al hacer el recuento de nuestras bajas y pérdidas, descubrimos con inaudito dolor y angustia que Chayo había sido muerto por la metralla haciéndolo pedazos.
Se lee: Me dicen: “El más loco”.
Es el título. Es la portada del libro redactado por Nazario Moreno González, El Chayo. El fundador. El líder del cártel de Los caballeros templarios. El más loco. El doctor. San Nazario. Pasta roja con una foto juvenil del hombre. Bigote delgado. Cejas pobladas. Abundante cabellera, bien peinada. Mirada seria, penetrante. Es el libro que escribió ese hombre y que mandó publicar en 2011, meses después de que el gobierno de Felipe Calderón lo diera por muerto en los enfrentamientos del 8 y 9 de diciembre de 2010. Son 83 páginas de una autobiografía detallada hasta el día previo a su fingida muerte:
“Epílogo…
“Capítulo de lágrimas y luto”.
Esto supuestamente fue redactado por alguien más a la caída de Moreno. Explica el falso ghostwriter:
“Este último capítulo del diario de nuestro comandante en jefe, Nazario Moreno González, lo escribo por decisión de todos los jefes de grupo, por creer ellos que soy el que mejor interpretaba el ideario del líder y por tener más conocimientos en el arte de la escritura. Todos los capítulos anteriores fueron escritos por Chayo y aprobamos por mayoría no hacerles ninguna modificación, aunque sean altamente confidenciales y comprometedores, porque estamos seguros de que nuestra decisión hubiera sido aprobada por nuestro inolvidable comandante en jefe”.
“Comedia de muñecos”, decía el escritor ruso León Tolstoi cuando se refería a alguien que simulaba algo de manera desproporcionada. Hoy se sabe que Nazario Moreno fingió su muerte. Y no solo eso: la recreó. Como si fuera una película de guerra. Una epopeya cinematográfica. En el libro se describen, primero, “los enfrentamientos del 8 de diciembre”.
Nazario Moreno estaba reunido con “su estado mayor”, con sus más fieles. Estaban en la comunidad Holanda, perteneciente al ejido del mismo nombre, en Apatzingán, para organizar los festejos decembrinos. A las cuatro de la tarde le avisaron por radio “y por otros medios de comunicación con los que contábamos” que se acercaba una treintena de helicópteros artillados y más de 300 unidades de la Policía Federal con elementos “armados hasta los dientes”, apoyados por la Marina y “otras corporaciones”.
Le informaban que los helicópteros disparaban “indiscriminadamente tenebrosas ráfagas de metralla, bombardeando vehículos y las chozas por donde iban pasando”. Le decían (recrea Nazario en voz de otro supuesto redactor) que se “elevaban al cielo lengüetadas de lumbre y largas columnas de humo negro y espeso”.
El Chayo se retiró a orar “de tres a cinco minutos”. Por unos instantes pensó huir, ordenar la retirada. Cambió de opinión. Pidió tomar posiciones y pelear: “¡Zafarrancho de combate!”, pegó un “alarido de guerra y muerte”. Invocó a Zapata, a Morelos y al Che Guevara. Hace unos cuantos meses se sabría que se había cambiado el nombre por una mezcla de esos tres personajes: Emiliano Morelos Guevara.
Empezaron los combates. “La lucha era encarnizada, sangrienta, a muerte”. En ambos bandos había “heridos y muertos”. Las refriegas se extendieron a otros puntos de Michoacán. Los criminales quemaron 100 vehículos, según reportó el gobierno federal a la sazón. “Así pudimos controlar la situación”. El Chayo entró en combate con su Galil 308, fusil de asalto israelí, “haciendo estragos en el enemigo mientras cargaba, terciadas en pecho y espalda, largas carrilleras repletas de poderosas y relucientes balas”. Eran menos los Templarios que las fuerzas federales. “Parecía que se repetía la batalla de Termópilas entre los espartanos y los invasores persas”, redactó Nazario.
Según los criminales, las tropas del Estado se replegaron hasta Apatzingán, donde el día 9 se dieron “los enfrentamientos más violentos y caóticos en la historia moderna de Michoacán”. Nazario afirma que varios helicópteros fueron dañados y otros derribados. Él decidió volver a Holanda una vez que se suspendió el fuego en la capital calentana. Y aquí viene un subtítulo:
“La tragedia del día 9”.
Iban a dar las siete de la tarde cuando la caravana de El Chayo, compuesta por 35 vehículos, que iba de regreso a la comunidad holandesa, fue atacada por aire por 12 helicópteros de la Policía Federal que disparaban “balas de grueso calibre y hasta bombas”. Los templarios accionaban sus cuernos de chivo y Nazario su Galil. Los helicópteros se retiraron, algunos “maltrechos a simple vista”.
Y entonces viene la recreación cumbre: “Al hacer el recuento de nuestras bajas y pérdidas, descubrimos con inaudito dolor y angustia que Chayo había sido muerto por la metralla haciéndolo pedazos”.
Este era el ambiente ficticio:
“Fue tanto nuestro dolor, que muchos soltamos el llanto y nos cuadramos en señal de obediencia y respeto ante su cuerpo ensangrentado y mutilado. Murieron también 32 compañeros más, entre instructores y algunos extranjeros”.
Luego viene la coartada perfecta, la simulación estelar:
“Recogimos su cuerpo y lo llevamos al campamento secreto, donde lo incineramos y lanzamos en porciones de cenizas a los cuatro puntos cardinales, tal como nos había dicho muchas veces (...). Cuando terminamos esta triste y desgraciada labor nos formamos todos los presentes y gritamos con lágrimas en los ojos: ‘¡Tus subalternos, comandante! ¡Presentes!’.”
Los templarios esparcieron por radios y teléfonos, y de voz en voz, la historia. Los cuerpos de seguridad del gobierno interceptaron el mensaje. Y se creyeron el dramático guión redactado por el muerto... que estaba vivo. Y que había fingido y recreado… su propia muerte.