Arteaga, Michoacán.- En Arteaga el recién conformado grupo de autodefensas, que apenas suma 100 elementos, registró solamente 68 armas largas ante la Secretaría de la Defensa Nacional. Ahí, en el pueblo que vio nacer a Servando Gómez, La Tuta, la gente todavía vive amenazada y tiene miedo hasta de sacar sus armas para defenderse del crimen organizado.
A diferencia de Apatzingán, Aquila o Coalcomán, en Arteaga todavía hay incertidumbre. Aunque hay presencia del Ejército, la Policía Federal y las autodefensas, la gente no se siente completamente segura. Mira con desconfianza porque tiene miedo de hablar y de inmediato recibir amenazas de los templarios que aún quedan y se esconden en la sierra o se hacen pasar por gente común.
Beto fue halcón para los templarios durante un año; ahora llena costales en el primer retén de las autodefensas, instalado apenas ayer en la entrada de Arteaga. Cobraba un sueldo de 6 mil pesos mensuales por reportar el paso de las fuerzas federales en la zona de Las Cañas. Todo el tiempo estuvo amenazado. “Si me iba, me iban a matar”.
A punto del llanto, relata cómo conoció a La Tuta y a Nazario Moreno, El Chayo. Cómo alguna vez lo castigaron, dejándolo sin comer y dormir hasta que enfermó. Le dieron de palazos, porque se le pasó un convoy del Ejército y no lo reportó. Ese era su trabajo: informar cada uno de los movimientos de las fuerzas federales en la sierra michoacana. “Ahora aquí me siento libre”, cuenta mientras rellena costales de las barricadas recién instaladas en este municipio cuna de los templarios.
Recuerda cómo una vez en el rancho de El Chayo, en Apatzingán, comió carne humana en pozole, encontró una uña en su plato. Ahí fue cuando supo lo que estaba comiendo. Todos eran malos, pero Nazario, “ese sí que estaba loco”, recuerda mientras se cubre con una mano el rostro con su playera y con la otra se limpia las lágrimas.
A unas cuadras de donde se instalan las costaleras en los accesos a Arteaga desde Las Cañas y Lázaro Cárdenas, el Ejército colocó el puesto de registro de armas. Ahí, en un palenque donde La Tuta acudía a las peleas de gallos y apostaba miles de pesos.
Las autodefensas, con playeras blancas, aguardaron durante la jornada sentados en sillas de plástico. Supervisaban el ingreso de cada persona que registraba su arma para evitar que algún sicario de La Tuta quisiera completar su trámite ante la Secretaría de la Defensa Nacional.
“La gente todavía tiene miedo, mucha gente estaba con él aquí. La gente ya se está acercando con nosotros, pero hasta que no agarren a ese tipo se va a acabar el problema. Él es el de todo el argüende”, asegura Heladio Cardiel, uno de los autodefensas originarios de ese municipio.
“La gente ya sale a la calle. Antes no salían porque luego luego los levantaban. Que porque un tipo quemaba llantas, 2 mil pesos. Que porque alguien rebasaba a uno de la mañana, 3 mil y cien tablazos, te amarraban… así eran”, relata acerca de ese Arteaga permanentemente amenazado.
Heladio fue víctima de La Tuta. Sus sicarios mataron a dos de sus hermanos, dejando huérfanos a sus sobrinos. El líder templario quería apoderarse de un rancho que tenía la familia. Por meses vivió lejos de Arteaga hasta que regresó ahora con la camiseta blanca.
Lo mismo Beto que, arrepentido, asegura sentirse libre. Recobró su trabajo como peón. Su familia ya vive nuevamente en Arteaga y él llena costales para defender a su pueblo de los templarios desde la trinchera de las próximamente guardias rurales. “Otra vez gano poquito, pero ya me siento libre, ya no me tienen amenazado”.