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Limítese maestra, o le doy un "levantón"

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Hace dos años Alba Aguilar se jubiló; la última década de servicio como maestra en una escuela de Matamoros se convirtió en un libro de tristes anécdotas de niños que jugaban a ser narcos.

El patio de la primaria Héroes de la Independencia de la colonia Popular en Matamoros se convirtió en un simulador de campo de guerra. Golfos contra Zetas en una batalla de media hora, donde cualquier rama o botella de plástico se transformaba imaginariamente en un arma larga. 

Era el nuevo juego de los niños que cuando se molestaban unos con otros lanzaban amenazas con frases que, a oídos de los maestros, resonaban con tristeza “te voy a dar un levantón”, recuerda la profesora Alba Aguilar, quien hace un par de años concluyó su servicio docente. 

Las maestras invitaban a los niños a participar en otros juegos, pero al menor descuido, ellos volvían a las armas imaginarias.

“En 2002 el cambio fue muy notorio” comparte la maestra al recordar cómo fue que el tema de la inseguridad en Tamaulipas llegó al salón de clases. 

La carrera docente de Alba Aguilar comenzó en 1977 en una escuela rural de Jalpan de Serra, Querétaro, a donde fue asignada cuando se graduó de la Normal Justo Sierra Méndez en Aguascalientes.

Su proyecto original era estudiar Botánica, pero sus padres solo podían pagarle la Normal. En esa escuela queretana, Alba olvidó su intención de hacer carrera en ciencias naturales.

“Me fui enamorando poco a poco del magisterio, porque es una carrera muy hermosa, muy noble, porque ves a los niños que llegan en blanco y es muy satisfactorio aportar conocimiento”, comparte.

A principios de los ochentas, Alba regresó a su natal Matamoros, Tamaulipas, en donde la docencia lidiaba ya desde entonces con el tema de migración, pero en los últimos diez años la problemática fue otra.

Hacer su trabajo y tratar de ayudar a una de sus estudiantes a mejorar su rendimiento académico la hizo acreedora a “un aviso” de un padre de familia incomodado por la sugerencia de apoyar a su hija en la tarea.

“En una ocasión tuve yo una alumna y a veces uno no conoce bien a los padres de familia porque solo los ves en la inscripción y en la junta a veces por trabajo no se presentan. Era una niña que era muy capaz pero su trabajo no le permitía avanzar y entonces yo hablé con su papá y el señor me dijo que me limitara o que me iba a dar un levantón”, cuenta.

La experiencia de Alba quedó en el anecdotario de los maestros como un incidente menor, porque en el caso de otros compañeros, la relación con padres de familia era más complicada.

“Una compañera tenía que contestar siempre el teléfono, porque un padre de familia la llamaba y ella tenía que contestar, porque él le decía que era alguien muy importante. La maestra le dijo a la directora que no le pasara la llamada, pero la directora le decía que ella tenía que contestar porque él también la intimidaba”, dice.

Para Alba, el cambio en el juego de los niños tamaulipecos y la relación de los padres de familia con los maestros por la inseguridad en la entidad, guarda estrecha relación con al retiro de la materia Civismo en los noventas.

“Se hizo a un lado el civismo, el amor patrio, el amor al lábaro patrio, entonces ahorita tenemos una sociedad bastante  atomizada”, comparte.

A dos años de su jubilación, Alba se dice preocupada de lo que pasa en las aulas de la educación básica en Tamaulipas, pues considera que los niños que juegan al narco en el recreo también sueñan un día con convertirse en médicos, maestros y astronautas en México mejor.

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