Momentos después de que el agente Jeff Moore lo detuvo en su camioneta mientras viajaba de Kalamazoo a Jackson, Michigan, Leo Sharp se quejó de que lo registraran en busca de armas o drogas.
–¿Por qué mejor no me matan y me dejan irme de este planeta? –dijo. De 87 años, el hombre se veía más que frágil.
Delgado como las varas de las flores que le gustan (las lilis), con la voz temblorosa y los lentes en ambas manos, Leo, quien vive como un ranchero cualquiera, dijo que no tenía llaves de la caja trasera de su camioneta.
El perro policía, sin embargo, ya había olido algo sospechoso. –Necesito llegar antes de que se haga noche –insistía Leo–. No manejo muy bien cuando se pone oscuro… El anciano usó, por lo menos con los agentes, su condición de hombre mayor.
Hizo como que no escuchaba varias veces. Se hizo ver más frágil de lo que realmente estaba. Porque frágil frágil, lo que se llama frágil, no es. Por su cuerpo han pasado mejores años, sin duda, como cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial.
Pero sus contactos del Cártel de Sinaloa lo llaman “Tata” en español, por su edad… pero también con respeto.
“Era una leyenda urbana”, dijeron autoridades en un reportaje firmado por Sam Dolnick para The New York Times. En la camioneta traía 104 kilos de coca.
En un mes cualquiera, traficaba 200, 250 kilos. La DEA buscaba desde tiempo atrás, dice el Times, porque aunque no tenía un sólo expediente criminal, su leyenda (y el rastro de la coca) lo delató. Tenía una granja de cultivo de lilis. Cosa más tierna, en un hombre de su edad.
Tenía mexicanos empleados allí. “Era perfecto para el Cártel”, dijo el agente especial Jeremy Fitch. “Tenía una identidad legítima, era un hombre mayor, nunca pasaría como traficante de drogas y no tenía antecedentes penales”.
En 2010, por ejemplo, hizo un millón de dólares. Se llevaba unos 100 mil por un viaje como el último, cuando fue detenido. Los fiscales están poco interesados en la causa de Sharp para entrar en negocios con el cartel.
“El acusado optó claramente un rol en la conspiración para traficar, por dos razones”, escribieron. “(1) Que no veía nada malo en el tráfico de cocaína, y (2) la codicia”.