El Comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán, Alfredo Castillo Cervantes, parece que vive en un México de ficción que él mismo se ha creado, para sostener el proyecto simulador de pacificación michoacana.
Le precede una mala fama. Su papel en el llamado “caso Paulette” fue patético y delirante. Ustedes recuerdan la desaparición y muerte de la niña Paulette Gebara Faraha, cuyo cadáver fue encontrado nueve días después en su propia cama.
Aún así, ha podido seguir escalando puestos gracias a su relación de amistad con Enrique Peña Nieto, al más puro estilo de “apagafuegos” porque fue también designado para la investigación del estallido en la Torre B de las oficinas de Pemex ocurrido el 31 de enero de 2013. Y después paso a ocupar la Procuraduría del Consumidor, luego de la destitución de Humberto Benítez Treviño tras el escándalo que generó su hija, la llamada “Lady Profeco”.
Aparentemente Castillo es el parche para cualquier descocido. Al menos, eso es lo que piensa su amigo Peña Nieto: es bueno para resolver una desaparición de una niña y también para determinar las causas de una explosión en la Torre B de Pemex, incluso para convertirse en un dudoso defensor del consumidor.
Por la misma razón extraña por la que Peña Nieto le atribuye aptitudes especiales y diversas, el Ejecutivo colocó a Castillo Cervantes en Michoacán. Ambos creyeron que resolverían el grave problema de inseguridad y narcotráfico en ese estado en tan solo seis meses.
Pero la llegada del llamado “Virrey” a Michoacán, violando la propia Constitución de México, no hizo más que empeorar el panorama violento y generó un descontento generalizado de la mayoría de los actores políticos y sociales.
Y es que la pérdida de soberanía, no parece ser la fórmula perfecta para acabar con el problema michoacano. Castillo ha cometido errores graves que no le permitirán finiquitar cabalmente su misión.
Avaló el gobierno corrupto de Fausto Vallejo penetrado hasta el tuétano por los Caballeros Templarios. A pesar de los informes, cartas y testimonios de connivencia, a pesar del procesamiento de su secretario de gobierno Jesús Reyna García por el delito de delincuencia organizada, a pesar esa foto de su hijo Rodrigo reunido con La Tuta, Castillo apostó por Vallejo, quien al final de cuentas, fue solo su títere.
Desde su llegada a Michoacán en enero del presente año, el gobierno ha cambiado en 17 ocasiones. Castillo quita y pone funcionarios, secretarios, policías, militares, marinos, policías rurales. A su antojo, como si de un niño caprichoso se tratara, continúa haciendo lo mismo con el nuevo gobernador, Salvador Jara, a quien le impuso algunos mexiquenses en su gabinete.
Lo más grave de estos gobiernos diseñados por Peña Nieto y su Virrey, es que se trata de esperpénticas marionetas que son movidas al antojo de ambos. No hay futuro soberano para Michoacán mientras el Virrey Castillo siga allí.
Frente a la clamorosa intromisión en los asuntos estatales de Michoacán, Castillo es testigo de la descomposición de la clase política. La mayoría de esos políticos, diputados, funcionarios, alcaldes y regidores, son protagonistas de la videoteca de Servando Gómez Martínez “La Tuta”, luego de haber desfilado por el cerro para entrevistarse con el Amo y Señor de Michoacán.
La Tuta tiene agarrado de las partes nobles a una buena parte de la clase política michoacana. Y el resto de ellos, está sometido por el Virrey Castillo o por ambos, valga la redundancia y la nebulosa.
Lo que está bastante claro es el fracaso estrepitoso del modelo Peña Nieto para Michoacán. Castillo pensó que vistiendo de azul a las Autodefensas se iba a terminar el problema. Creía que dándole un estatus oficial a los ciudadanos armados terminaría con la violencia. Pero craso error, no fue así.
Castillo prefirió hacer las cosas rápido, pero no bien. Se rodeó de autodefensas “arrepentidos” vinculados con los templarios. No le importó repartir uniformes y armas a verdaderos delincuentes para disfrazarlos de guardias rurales.
Y se olvidó de lo más importante: perseguir a los templarios y a su máximo líder La Tuta. Prohibió a las Autodefensas, comandadas por José Manuel Mireles, incursionar en aquellas ciudades en poder templario, como Uruapan o Lázaro Cárdenas. Mantuvo intactos los grandes y productivos santuarios del narco y permitió que la actividad económica y financiera de Michoacán siguiera controlada por el crimen organizado.
Como sucediera con el Chapo en Sinaloa, en Michoacán todo mundo sabe donde esta la Tuta, menos la Procuraduría de Justicia, la PGR, la Siedo o el Virrey Castillo quien no se ha tomado la molestia de detenerlo.
La Tuta se burla del aparato del Estado, se burla de Castillo y lo mismo sale dando una entrevista a medios internacionales, como ofreciendo su tiempo para la grabación de un videoclip que difunda su “generoso” pensamiento popular.
El experimento de Peña Nieto en Michoacán ha generado además un peligroso escenario: la guerra civil. Michoacanos contra michoacanos están ahora enfrentados. Esa es la virtud del programa de seguridad del Virrey Castillo. Dividió de manera perniciosa a las Autodefensas y generó su enfrentamiento, el odio entre ellos.
Si antes había dos bandos: templarios y autodefensas; ahora hay que añadirle a los guardias rurales, identificados por una buena parte de la población como las “autodefensas malas”.
¿Qué hará Castillo ahora? ¿Esconder el cadáver de su fracaso debajo de la cama como en el caso Paulette? Tal parece, que su estrategia va de mal en peor. Su última gran idea ha sido arrestar al Doctor José Manuel Mireles por posesión ilegal de armas, armas que según el doctor, fueron debidamente registradas junto a las de sus escoltas, con lo cual estaríamos ante un delito fabricado para mantener en prisión al líder de las autodefensas.
Al Virrey le puede salir el tiro por la culata, convirtiendo en héroe al Doctor Mireles, líder moral de un movimiento nacional ciudadano que no está dispuesto a someterse a su arbitrio y que denuncia además sus presuntos vínculos con los templarios.