Un dedo sostiene un rosario, otro jala el gatillo. Se sienten enviados de Dios para combatir delincuentes, pero extorsionan, matan, trafican droga y aterran comunidades enteras. Son Los Caballeros Templarios, el primer cártel cristiano de México. Amén.
Cuando Juan N., policía federal, revisó la parte trasera de la camioneta Cheyenne que conducía “El Chivo” se le heló la sangre. Por su afición a las películas de Hollywood sabía que no era buena señal esa túnica blanca con una cruz patada roja que se encontraba debajo de los tres rifles AK-47 y 406 cartuchos útiles.
Pensaba, mientras sus compañeros esposaban al capo y él decomisaba 800 gramos de droga sintética y una pistola 9 milímetros en los asientos delanteros, ¿dónde habría visto ese signo que aparecía recurrentemente en esos filmes que tanto le gustan, llenos de muertos en campos abiertos, como los que pisaba en ese momento en Apatzingán, Michoacán?
La duda lo llevó hasta los dormitorios de la 43/a Zona Militar, donde resolvió el enigma: esa túnica y esa cruz son los ropajes que usan los actores de taquilleros filmes para representar a los caballeros que pelean cruzadas cristianas en Europa y que, en nombre de Dios, despedazan rivales con afiladas espadas.
Y ese hombre detenido con tres libros con códigos de conducta –después sabría Juan N.– es jefe de sicarios de un grupo armado llamado “Los Caballeros Templarios”, que representa la tercera generación del crimen organizado en la entidad.
Entonces volvió ese escalofrío. Esa descarga eléctrica por la espalda que le hizo helar la sangre una vez más, antes de dormir.
Esto no es Europa en un set. Esto es Michoacán en la vida real, donde cabalgan autodenominados cristianos armados con una Biblia y un “cuerno de chivo”.
***
“El Chivo”, Javier Beltrán Arco, aprendió todo lo que necesitaba saber sobre crimen, violencia y religión de dos maestros: Nazario Moreno “El Más Loco” y Jesús Méndez “El Pastor”.
El primero era un campesino que dividía su tiempo entre cultivar marihuana para el Cártel del Golfo y dar catequesis a sus vecinos. Su vida transcurría tranquila entre las drogas y el evangelio hasta que, en 2004, el jefe de plaza que trabajaba en Michoacán para el Cártel del Golfo fue detenido por la policía.
Para sustituirlo, Osiel Cárdenas Guillén, entonces líder de esa organización, envío un grupo de tamaulipecos a hacerse cargo de la entidad. La violencia con la que actuaban esos foráneos contra enemigos y aliados molestó a los michoacanos, quienes se organizaron alrededor de Nazario y su carisma religioso para declararse en rebeldía contra “los golfos”.
Para hacer fuerte su alianza, Nazario se alió con “El Pastor”, otro jefe de plaza del Cártel del Golfo, quien también se rebeló por los métodos de extorsión y secuestro de los recién llegados, y se dedicó a esparcir “la palabra de Dios” en El Ahuaje, Michoacán.
Les tomó dos años adoctrinar a la comunidad, catequizar con rosarios en una mano y armas de alto poder en otro, hasta que en 2006 se sintieron con suficiente fuerza y ambos anunciaron la creación de La Familia Michoacana, una organización que en el nombre llevaba la intención: un núcleo protector, como manto divino, que permitiera a los michoacanos herederos del Cártel de los Valencia y el Cártel del Milenio trabajar la droga sin ser acosados por grupos ajenos a Michoacán.
Su primera acción pasó desapercibida por los medios de comunicación: en noviembre de 2006, en la zona llamada Tierra Caliente, sus adeptos –ataviados con escapularios– entregaron volantes de puerta en puerta con imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y el aviso de que un nuevo grupo evitaría que gente inocente sufriera extorsiones, secuestros y homicidios a manos de “golfos” y su entonces brazo armado “Los Zetas”.
Lo que los puso en las primeras planas ocurrió un mes después: cinco cabezas rodaron en una pista de baile en un antro de Uruapan junto con una cartulina cuyo mensaje dio la vuelta al mundo: “La Familia no mata por paga, no mata inocentes. Sólo muere quien debe morir. Sépanlo toda la gente, esto es justicia divina”.
Pero pronto replicaron la violencia del Cártel del Golfo. Sus jefes de plaza imitaron el derecho de piso, los plagios y el sicariato, así que cuando el gobierno de Felipe Calderón anunció en diciembre de 2010 –sin poder probarlo– que Nazario había muerto, los más religiosos aprovecharon para hacer una escisión.
De un lado, “El Pastor” se quedó en la vieja estructura de La Familia Michoacana y los alumnos de Nazario crearon otro espacio para reivindicar la religión y el crimen. Uno de esos aprendices se erigió como líder máximo del nuevo grupo: Servando Gómez Martínez, “La Tuta” o “El Profe”.
Inspirado en las cruzadas cristianas contra el Islam –“los enemigos de Dios”–, “La Tuta” vio con agrado la violencia de la Orden Medieval de los Caballeros Pobres de Cristo y el Tempo de Salomón.
Así que llamó a sus acólitos Caballeros Templarios y les otorgó como insignia una cruz patada roja, como la que imprimió “El Chivo” en la túnica blanca que cargaba en su Cheyenne el día que fue detenido.
***
Los Caballeros Templarios operan bajo los preceptos de un libro llamado Pensamientos, escrito por Nazario cuando dirigía La Familia Michoacana.
El libro es considerado por sus adeptos como un “evangelio” y a lo largo de varias hojas justifica decapitaciones y tortura en aras de la “justicia divina” que se debe emplear contra los enemigos.
Además, es una guía ante los retos diarios, la honestidad, la caballerosidad, la religiosidad y la vida en sociedad.
Es, en términos concretos, el primer libro narcocristiano y la clave para entender cómo opera este grupo:
La pedí a Dios fuerza y me dio dificultades
para hacerme fuerte,
Pedí sabiduría y me dio problemas para
resolver,
Pedí prosperidad y me dio cerebro y músculos
para trabajar,
Pedí valor y me dio obstáculos que superar,
Yo no recibí nada de lo que pedí pero he
recibido todo lo que necesitaba.
***
De acuerdo con el criminólogo Gabriel Regino, Los Caballeros Templarios son el primer grupo en la historia de México que combina la delincuencia organizada con la ideología cristiana.
Sus integrantes cargan Biblias en una mano y armas en otro; cobran extorsiones a agricultores de aguacate y limón, mientras les hablan de Dios; predican las bondades de la virginidad a mujeres que mantienen secuestradas.
Rezan antes de comer y de emboscar federales; alaban a Dios y, en los hechos, han calentado Michoacán hasta el punto de hacerlo parecer un infierno que atrapa a sus vecinos en calabozos invisibles.
Matan, extorsionan, asesinan, financian obras religiosas, recompensan a quienes dan catequesis y se comportan como si fueran caballeros en una real cruzada.
Usan túnicas con cruces, crucifijos, rosarios, escapularios, y con ello han aterrorizado comunidades enteras. Mantienen un férreo control en municipios como Aguililla y Los Reyes, donde –como la narrativa cristiana– ni una hoja se mueve sin el permiso de Dios y de ellos.
Si Nazario está vivo –como afirman los michoacanos, contrariando la versión oficial– él sigue como líder de este cártel cristiano y comparte liderazgo con Enrique Plancarte.
Ellos son quienes han puesto al borde del Estado fallido a Michoacán y a prueba la estrategia de seguridad del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Ellos son los que enseñaron todo lo que saben de crimen al “Chivo”, quien orgullosamente portaba la túnica.
Ellos son quienes lo adoctrinaron para matar, en nombre de Dios, a un jornalero de Los Reyes a quien torturó por una hora y remató con un balazo de AK-47 en la cabeza. Le dejó un mensaje clavado en el pecho:
“Esto le pasará a todos los que anden matando a gente que no tiene que ver. Esto es justicia divina”.
Amén.