- A la altura de Servicios Periciales de la Procuraduría hay un tráiler refrigerador con un montón de cadáveres, incluso hasta de los 36 cuerpos tirados en Boca del Río en septiembre de 2011.
- “Aquí estamos”, grito desafiante de los carteles al gobierno de Veracruz.
- 40 días bastaron a Gutiérrez Barrios para pacificar la tierra jarocha.
Veracruz. 14 de Julio de 2014-.Hay en Xalapa un olor que se respira a una cuadra. Se ubica por la zona universitaria. Y que pronto, quizá, pudiera caminar. Está cerca de la oficina de Servicios Periciales de la Procuraduría de Justicia.
Es un olor a muerte. Mejor dicho, a muertos. Una cosita, por ejemplo, según describen los escritores rusos, es el olor a muertos en el campo de batalla en una guerra. Otro, el olor a un solo muerto cuando lleva algunos días de ejecutado. Otro, el olor en las 11 fosas clandestinas con los 31 cadáveres en el rancho El diamante, en Tres Valles.
Este olor proviene de un tráiler refrigerador. Refrigerador, porque la procu lo tiene lleno de cadáveres. Son los muertos de la guerra contra los carteles que declarara el presidente Felipe Calderón. Son los muertos del fuego cruzado, los tiroteos, las balaceras, de norte a sur de Veracruz.
Los muertos que ningún familiar ha identificado.
Incluso, los cadáveres llevan mucho, demasiado tiempo allí, en el tráiler, y por eso apestan a una cuadra de distancia.
Y es que, y por ejemplo, en el tráiler hay cadáveres que datan desde el 20 de septiembre del año 2011, cuando los malandros tiraran 36 cuerpos sin vida, entre ellos una quinceañera con su señora madre, en el paso a desnivel de la avenida Ruiz Cortines, en Boca del Río, en la víspera de la cumbre nacional de los procuradores de Justicia y presidentes de los Tribunales Superiores de Justicia de la nación.
Así, una parte de los cadáveres caminaron de Boca del Río a Xalapa, tirados al refri que se ha convertido en una especie de su tumba, su sepulcro en tal panteón sui géneris.
Allí, pues, está el camposanto de la Procuraduría de Justicia con un olor que al ratito se extenderá en los alrededores, mientras en Veracruz los carteles siguen disputando la plaza jarocha, tierra fértil, “estado ideal para soñar”, “estado próspero”.
Y es que los malosos continúan desafiando el principio de autoridad, de igual manera como en Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, el estado de México y Morelos, que por ahora son punteros.
“AQUÍ ESTAMOS”, GRITO DESAFIANTE DE LOS CARTELES
Y por eso mismo las fosas clandestinas en Tres Valles, y los traficantes sexuales de niños en Costa Esmeralda, y el río Blanco habilitado como un panteón flotante más extenso de Veracruz, y los pozos artesianos en la ruta Omealca a Tezonapa donde tiran los cadáveres y, bueno, hasta los tres cadáveres arrojados la semana anterior en las goteras de Xalapa, cerca de la plaza comercial Las Américas.
“Aquí estamos” parecen decir los carteles al gobierno de Veracruz, con todo y el operativo llamado “Veracruz seguro” que costaba (¿cuesta?) 7 millones de pesos mensuales al erario, y que ahora mudó en “Blindaje”, que tanto festinan en resultados en las 8 columnas de los medios, asegurando que cada semana detienen a un par de bandas delincuenciales.
Y, en efecto, aquí siguen. Como hongos y conejos, aunque desde el otro lado del banquillo se crea que así se oculta la realidad, cuando en la otra orilla cada vez se achica la esperanza de vivir en paz.
En Soledad de Doblado, por ejemplo, un par de ganaderos fueron secuestrados. Las familias pagaron el rescate. Y no obstante, se los devolvieron cadáveres.
En Boca del Río, 24 horas después de la caminata por la paz que congregara a unos 100, 150, 200 quizá personas, una pareja en el fraccionamiento Virginia, en la calle Navegantes, fue despertada a golpes en la madrugada, atada y torturada, y violada en el caso de la mujer, y luego los malosos se llevaron un Mercedes Benz, una BMV y una camioneta Ford Lobo.
Se vive, pues, en el borde de la muerte. Con la incertidumbre y la zozobra de acostarse vivo y amanecer torturado, ultrajado, robado y asesinado, con todo y que ahora, y por ejemplo, luego del secuestro del niño en el fraccionamiento Costa de Oro, de Boca del Río, las patrullas policiacas y de marinos vigilan día y noche, y en las avenidas principales detienen a los conductores.
Y los carteles, y cartelitos (como les llama la autoridad) y los delincuentes comunes, crecidos con el tsunami de la violencia, fortaleciendo su Estado Fallido ante el fallido Estado de Derecho, que según la Constitución está obligado a garantizar la seguridad en la vida y en los bienes.
40 DÍAS BASTARON A GUTIÉRREZ BARRIOS PARA PACIFICAR VERACRUZ
En el puerto jarocho una familia modesta vivía armando figuritas de madera triplay, juguetitos para los niños de la clase media y baja, adornitos curiosos para la sala, al lado de los muebles tlacotalpeños, sencillos, sencillitos.
Un día, los malosos les cayeron. Diez mil pesos de cuota mensual. “No podemos, señor”, dijo el padre de familia. “Mire cómo vivimos”. Bajaron la cuota a 5 mil pesos. Pagaron el primer mes. En el segundo, cerraron la tiendita. Y ahora, de plano, ya piensan regresar al ranchito para seguir viviendo donde nacieron en un municipio rural.
A una familia en la llamada por decreto “ciudad más bonita de México” le secuestraron al hijo. Pagaron el rescate. Tres meses después el hijo no ha regresado a casa. La madre cree, está segura, que el hijo vive. Todos los días va a misa y reza.
Una tarde, una señora se le acercó y le dijo: “Yo tengo la virtud de un médium. Y su hijo está muerto. Y quiere que lo deje descansar. Que ya no lo busque porque usted lo sigue buscando y él se incomoda. Ya se fue. Déjelo descansar”.
La madre regresó a casa llorando a prender la veladora que todas las noches arde en un altarcito que levantó en la recámara de su hijo con su foto.
Es el Veracruz que se está padeciendo, donde sólo resta apostar a la esperanza de vivir cada día sin sobresaltos.
En 40 días, del primero de diciembre de 1986 al 10 de enero de 1987, Fernando Gutiérrez Barrios pacificó el Veracruz desgarrado que le dejara Agustín Acosta Lagunes. Encarceló a un cacique, con sus pistoleros, en el penal de Pacho Viejo. Encarceló a otro cacique, con sus sicarios, en el penal de Allende. Y cuando los otros caciques miraron el puño firme del gobernador que había llegado solitos, presurosos, huyeron a otras regiones del país. Se perdieron en el tráfago de las noches y los días y Veracruz respiró sin miedo ni incertidumbre.