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"Me mataban o mataban a mi familia si no los obedecía"

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Diez y cuarto de la mañana del domingo 24 de agosto en la cárcel de Bastrop, un poblado sobre la carretera, a 20 minutos de Austin, Texas. El único custodio visible en la pequeña, limpia sala de recepción abre una puerta y seis pares de personas entramos al cuarto de locutorios. Mi pareja es uno de los abogados de Pancho. Locutorio 24. Del otro lado del cristal manotea afectuosamente un hombre que por las fotografías yo suponía colosal y bigotudo. Debe haber perdido unos 20 kilos. Antes de descolgar su teléfono, lanza un par de exuberantes abrazos al aire para no dejar duda de que está contento con mi visita. Nunca lo había visto en mi vida.

Pancho Colorado. ¿Cuánta gente lo recordará en México? PanchoColorado, el hombre leyenda de Tuxpan, Veracruz, que compraba en Estados Unidos espectaculares caballos de carrera para los Zetas.Pancho Colorado sin bigote, con su traje de presidiario de rayas horizontales rojas y blancas, el piyama de los reos peligrosos. Dos años en la cárcel, apenas la décima parte de su sentencia por lavado de dinero, que él insistirá, recalcará, es producto de un juicio miserable, racista, plagado de corrupción, irregularidades, sustentado en testigos protegidos y mentiras.

--Veinte años por delante, Pancho.

--Quieren quedarse con mis 25 millones de dólares que tenía depositados en Florida y mis dos aviones de Houston. Por eso quería que vinieras, para que me vieras a los ojos, para que veas que estoy diciendo la verdad. Para que sepas que estoy desesperado.

--Usted compró en Estados Unidos caballos que eran para los Zetas.

--Hablémonos de tú, que somos de la edad –me propone como primer intercambio–. Todo fue bajo extorsión y lo puedo probar. Y no hay un dólar que no haya salido de mi empresa. Es imposible que haya habido lavado de dinero.

--¿Qué fue, entonces?

--Una extorsión, me mataban o mataban a mi familia si no los obedecía. Nos mandaban decir: si no pagas los caballos, despídete de tu vida o la de tus hijos, al que encontremos primero. Y es un asunto de caballos, chingada madre. Costaban 100 millones y se vendieron en ocho millones. Eso, quien sepa de caballos, te lo puede explicar muy bien. ¿O en serio creen que esa cantidad de caballos se iban a comprar con menos de 10 millones de dólares?


--Tengo entendido que el servicio consular mexicano te ha apoyado poco –le digo.Una voz segura en el rostro de un cincuentón, entrecano, quizá todavía pasado de peso que, casi como segundo saludo, me muestra la parte inferior izquierda de su dentadura para explicarme que acaba de perder una muela por falta de atención médica.

--Cero –responde y hace el número con dos dedos de la mano izquierda.

--¡Cero!

--Cero. Ni siquiera han preguntado. Cero, redondito.

--¿Cuándo comenzaste a comprar caballos?

--En 2004. Caballos ganadores en México y Estados Unidos.

--Caballos para los Zetas.

--A ver, te explico –mueve la cabeza con el fastidio del especialista ante al neófito que soy--. Desde 2008, los Zetas nos forzaron a varios allá en Veracruz a comprar caballos de carreras muy costosos. Los Zetas ya sabían que yo era dueño de algunos de los mejores caballos de México. A mí me buscó Carlos Nayen, me dijo que los Zetas querían que los ayudara a escoger caballos ganadores en las subastas.

Carlos Nayen, hoy preso por el mismo delito que Pancho y a quien, según Pancho, conocía por cuestiones familiares.

--Yo era amigo de su abuelo –cuenta mientras se rasca nerviosamente la cabeza. Salvo por una dermatitis grave en los brazos y la muela recién perdida, parece estar en buena forma: física, mental, anímica--. Yo le dije que no a Nayen, pero me dijo que era a güevo.

Ahí habría iniciado todo. En el segundo semestre de 2009, asesorados por Pancho, Nayen y sus socios comenzaron a ganar subastas en Estados Unidos.

--Entonces Nayen me dijo que además de escoger los caballos, ¡tenía que pagarlos! Le dije que no y mandaron a un sicario de los Zetas, muy conocido por allá, con una nota manuscrita para el gerente general de ADT, mi empresa.

La nota decía: "Paga los caballos cabrón o chingamos a la familia Colorado". Firmaba "Yoyo". Pancho entregó el primero de 16 pagos para comprar caballos para los Zetas en un lapso de tres años.

--Pero lo más duro fue lo que venía. En septiembre de 2010, en la subasta de Ruidoso, Nuevo México, Nayen, junto con José Treviño, el hermano del Zeta 40, compraron 23 caballos por más de dos millones de dólares; dos millones 200 mil, más o menos. Y me obligaron a pagarlos.

--El segundo pago.

--Le dije a Nayen que ya no haría más compras y a los pocos días unos "desconocidos" --hace la señal del entrecomillado-- balearon mi casa en Tuxpan.

Para que nadie hiciera como que no había entendido, cuenta que días después de aquella agresión, otro de sus colaboradores recibió una nueva carta de "Yoyo" con esta advertencia: "Si no pagan los caballos, despídete de Colorado o de unos de sus hijos, al que encontremos primero".

De acuerdo con Pancho, animados por los reiterados éxitos, sin nadie que los contuviera, Treviño y Nayen compraron 12 caballos al inicio de 2011, por un total de 546 mil dólares.

--Fue en la subasta de Herritage Place, en Oklahoma City. De esa cantidad, me obligaron a pagar 132 mil dólares. El resto lo pagó Alejandro Barradas, otro empresario de Veracruz forzado. Después de eso, Barradas se quiso liberar, dijo que ya no quería que los caballos estuvieran a su nombre, y lo asesinaron los Zetas. Así de cabrón estaba. Te lo digo a los ojos.

El modus operandi se repitió en septiembre de 2011. Nayen y su gente compraron 18 caballos en Ruidoso por 2 millones 350 mil dólares, dinero que salió también de las cuentas de ADT. El mismo mes, se adquirieron otros 23 caballos en la subasta de Heritage Place. Colorado desembolsó un millón 300 mil dólares.

--Casi 4 millones de dólares en 2011, Pancho.

--Y todavía en noviembre, los Zetas me pidieron que pagara una compra adicional, pero ya no tenía liquidez y, la verdad, me dio miedo decirles que no tenía el dinero. Por eso le pedí el préstamo a Arian Jaff, de los préstamos Quick Loans, en San Diego.

--Entenderás que esto no es sencillo de creer.

--Te estoy diciendo la verdad.

Jaff habría pagado directamente, y por cuenta de Colorado, 733 mil dólares a Heritage Place. El préstamo habría sido saldado tiempo después con dinero de ADT.

--Pero por esos días tú fuiste a la boda de Nayen, en Jalapa.

--Me lo pidió mi abuela y después de que intentaron secuestrar a mi hijo –ataja--. Ya no aguantamos más y nos mudamos a Estados Unidos. Ya aquí, todavía tuve que pagar como 230 mil dólares por otra compra en enero de 2012.

**+**

Por esos días ocurrió un evento que tiñó definitivamente de sospecha a Pancho Colorado. Él ya vivía en Houston cuando se registró un enfrentamiento entre elementos de la Marina y los Zetas en la carretera que va de Alamos a Tuxpan. Describe que los marinos perseguían a los criminales. En la persecución, se desviaron por una brecha que conducía al rancho Flor de María, propiedad de Colorado. Entraron a toda velocidad, derribando la puerta de hierro. Ya adentro, abrieron fuego. Murieron dos zetas y fueron detenidas 26 personas. Las noticias dieron cuenta de que los Zetas habían repelido a la Marina fortificados en el rancho de Pancho Colorado.

Lo cierto es que los trabajadores fueron dejados en libertad días más tarde y el velador del rancho enfrentó cargos de posesión de armas de fuego de uso exclusivo del Ejército. Por falta de elementos, también se le dejó en libertad.


--Y al poco tiempo te detuvieron, Pancho.

--En junio, el gobierno de Estados Unidos reveló que había una acusación en contra de 19 personas, entre las cuales estábamos Nayen y yo. A Nayen lo detuvieron en California. Yo, en cambio, me presenté voluntariamente ante las autoridades el 14 de junio, en Houston, para explicarles lo que necesitaran sobre el caso. Su respuesta fue meterme a la cárcel y negarme el beneficio de la libertad bajo fianza.

Dos años han hecho que Colorado exprese con pulcritud de jurista los términos legales. La cárcel, dice, da mucho tiempo para pensar y aprender.

Una semana después de la detención, el gobierno de Estados Unidos le canceló la visa y la Oficina de Control de Activos Extranjeros le congeló sus cuentas.

--Ahí me di cuenta de que tenían que agarrarme porque sí, y que querían quedarse con mi dinero. En la siguiente audiencia, me dijeron que yo no representaba ningún peligro para la sociedad, pero que no me otorgarían la libertad bajo fianza, porque estaba en peligro de que me mataran los Zetas. ¡Hazme el chingado favor!

Después de la audiencia, el gobierno estadunidense revocó también las visas de su esposa, María Salman; sus hijos Michel y José Antonio; su hermano Sergio; y su socio Ramón Segura.

--Y tal parece que tu primer abogado, Mike DeGeurin, no te defendió como esperabas.

--¡Puta madre! –echa la cabeza para atrás--. Lo contraté por su prestigio como penalista, pero no presentó los recursos que normalmente se ofrecen antes de un juicio y que iban a demostrar lo improcedente del caso. DeGeurin ni siquiera investigó, ni preparó las constancias de las amenazas de los Zetas. Carajo, ni siquiera presentó como evidencia que Nayen había declarado que yo era inocente y que todo el tiempo estuve amenazado por los Zetas.

--¿Por qué?

--¿Tú crees que por técnica? –me pregunta él.

--¡No sé, Pancho!

--Saca tus conclusiones. Tampoco presentó, aunque se lo pedí, las evidencias de que el dinero para comprar los caballos era mío, de mi empresa, y no de los Zetas. Tampoco se aseguró que comparecieran mis empleados que podían probar el origen del dinero para comprar los caballos. Con eso hubiera quedado más claro que el agua que yo no lavaba dinero del narcotráfico.

**+**

El gobierno de Estados Unidos acusó que ADT Petroservicios se fondeaba con el dinero de las actividades ilegales de los Zetas, y que Colorado utilizaba su negocio, en apariencia lícito, para canalizar dinero en México y Estados Unidos al grupo criminal a través de la compra y mantenimiento de caballos de carreras de cuarto de milla.

El abogado DeGeurin comprometió presentar en la Corte a los testigos que probarían la larga experiencia de Colorado en el negocio de los caballos, y que lo habría convertido desde tiempo atrás, entre otras cosas, en el principal generador de empleos en Tuxpan. Ofreció, además, presentar a un prominente contratista de servicios de seguridad, al que la familia Colorado contrató para protegerse de las amenazas y acciones de los Zetas. Pero terminó la etapa de pruebas y no presentó ninguna evidencia a la Corte y el jurado.

--Pero además me aconsejó que no testificara en mi propia defensa, a pesar de que yo lo quería hacer. Me discipliné, le hice caso y me chingué. Me chingó y me chingué.


Los actuales defensores de Colorado aseguran al día de hoy que el gobierno estadunidense jamás pasó de la duda razonable, no presentó evidencia alguna de que el dinero para la compra de los caballos derivaba de recursos y actividades ilegales.


Según los defensores, el gobierno de Estados Unidos contaba con 50 mil documentos, entre llamadas telefónicas grabadas y fotografías, y en ninguna de ellas había rastro de Pancho Colorado. En lugar de eso, afirman, su evidencia consistió en el testimonio de varios testigos protegidos.


Ponen como ejemplo el caso del testigo protegido Mario Alfonso Cuéllar, condenado por asesinato, quien afirmó que había visto a Colorado en varias carreras de caballos a las que también asistieron líderes de los Zetas. Pero Cuéllar no pudo identificar a Colorado en la propia sala donde se celebraba el juicio.


Hablan, asimismo, de José Carlos Hinojosa, sentenciado a 20 años por distintas actividades criminales. Él testificó que Efraín Torres, el Zeta 14, le dijo que ellos le daban dinero a Colorado. Hinojosa aseguró, incluso, que tenía registro de las transacciones de Colorado con los Zetas en una memoria USB que le confiscó el FBI, pero ni el USB ni la computadora fueron presentadas ante el jurado.


Refieren un caso más, el de Héctor Moreno. Él admitió ser narcotraficante, secuestrador y sicario de los Zetas, y dijo que escuchó que Colorado recibió dinero de los criminales para pagar los caballos. Su testimonio, según esto, le permitió pasar de prófugo a recibir la residencia legal en Estados Unidos, amén de una fuerte cantidad de dólares.


Durante el juicio, concluyen los abogados, se desacreditó también a Colorado sugiriendo un nexo entre su dinero y la política en Veracruz, pero no se probó nada.


--¿Apoyaste a Javier Duarte en la campaña de 2010?


--Sí, como muchos otros empresarios, pero ¿eso qué tiene que ver? –corta de tajo Colorado tapándose los labios–. Tengo documentado que todos los activos de mi empresa fueron adquiridos con fondos legales y legítimos, y que los contratos que nos otorgó Pemex se asignaron por nuestra capacidad única para enfrentar muy bien y remediar las contingencias ambientales provocadas por Pemex. Además, tenemos una experiencia demostrada como contratista eficiente. No teníamos retrasos, respetábamos los presupuestos.


--¿Nada de eso expuso el abogado DeGeurin?


--Tristemente, no lo hizo.


--Platícame de Alfonso del Rayo.


--Pues es un empresario de Veracruz al que secuestraron y torturaron los Zetas por nueve días. Lo soltaron sin rescate de por medio, muy madreado, lo tuvieron que someter a cirugía facial reconstructiva. Cuando lo dieron de alta, lo fue a ver Nayen para decirle que tenía que ir a Oklahoma a pagar unos caballos que compraron los Zetas, porque ese era el precio por haberlo dejado libre. Luego lo siguieron extorsionando.


--Él también fue testigo protegido.


--Así es, pero se limitó a decir que yo había ido a la boda de Nayen. Del Rayo no sabía de la relación amistosa con el abuelo de Nayen. A Del Rayo lo acusaron de lo mismo que a mí, pero a él sí le dieron la oportunidad de que explicara cómo hizo los pagos. Por eso, aunque teníamos cargos idénticos, las acusaciones contra él fueron desechadas. ¿Sabes por qué?


--Cuéntame.


--La única diferencia entre Del Rayo y yo es que a mí me requisaron mis cuentas en el UBS de Miami por 25 millones de dólares y me quitaron mis dos aviones que tenía en Houston. Si hubieran desechado las acusaciones en mi contra, los gringos me hubieran tenido que regresar el dinero y los aviones. Y luego dicen que la corrupción en México es muy grande. La verdad es que es una cosita comparada con la de aquí.


Hace una pausa para reflexionar, baja la voz.


--Esto que te estoy diciendo me va a costar muy caro, pero ya me desesperé de tanto tiempo, tanta mentira y corrupción. Además, como el caso ya estaba en los medios, ellos no se podían dar el lujo de quedar expuestos como que me habían acusado falsamente.


En la parte final del juicio, el gobierno llamó a declarar a un agente especial del Servicio de Recaudación Interna, Michael Fernald, esposo de la fiscal del caso contra Colorado, Michelle Fernald. Pese a la irregularidad procesal por el parentesco, el agente testificó que los fondos usados para comprar los caballos no pudieron haber salido de ADT. Por tanto, solo podrían provenir de los Zetas. El agente no acreditó documentos bancarios, pero se disculpó aduciendo que si no los revisó era porque no hablaba español.


El del agente Fernald es quizá el episodio más significativo del juicio. Un testimonio que tendría que haber sido descartado desde un inicio, pasó a convertirse en la carta ganadora de la fiscal, de la esposa del agente. Colorado fue sentenciado a 20 años de prisión y a perder su dinero y aviones.


--Ve el tamaño del fraude. Tenían la duda razonable, pero no presentaron una prueba y me condenaron. No probaron ni demostraron que un ciudadano mexicano lavara dinero en Estados Unidos. En otras palabras: la Corte creó una excepción mexicana para lavado de dinero, "la excepción Pancho Colorado" –vuelve a entrecomillar con los dedos.


--Cuéntame de Ramón Segura. ¿Tampoco tuvo nada que ver?


--Es mi contador y mi amigo. Le pedí que integrara todos los registros documentales y financieros para que no quedara duda de que yo no lavé dinero para los Zetas. Ya había venido aquí varias veces a Bastrop. Lo que no sabía es que los marshalls de aquí ubicaron a un informante en esta cárcel.


Uno de esos informante se llama Marcelino Aguirre y, de acuerdo con el relato de Colorado y sus defensores, fue quien presentó a un amigo suyo, Henry Garza, con Segura. Ocurrió en la propia cárcel de Bastrop. El pretexto que dio Garza es que él conocía al activista comunitario que Pancho Colorado andaba buscando para darle notoriedad a la injusticia de la que era víctima.


Segura y uno de los hijos de Pancho, Francisco Colorado Cebado, Panchito, se verían enredados en un complejo caso y fueron condenados a un año y un día por conspiración para sobornar a un juez. Ayer, finalmente, llegaron deportados a México.


--¿Y te castigaron a ti también por este caso?


--Le dije a la Corte que podía confiar que mi hijo se presentaría a juicio. Y le dije que si no se presentaba, entonces yo renunciaría a la posibilidad de apelar mi sentencia de 20 años y aceptaría, sin chistar, que se quedaran con mi dinero y los aviones. A pesar de eso, le negaron la libertad bajo fianza a mi hijo y a mí me castigaron, me mandaron a una celda de aislamiento ¡seis meses! Y eso que el reglamento aquí en Bastrop prohíbe que te tengan aislado más de un mes.


Eso no es todo, concluye Pancho Colorado, y relata que el gobierno de Estados Unidos lo colocó ante la disyuntiva de liberar a Panchito si se desistía de apelar la sentencia de 20 años. Quid pro quo.


--Y, pues no. Me declaré culpable de conspiración para que mi hijo y Ramón Segura fueran declarados culpables de un delito menor, pero me reservé el derecho a apelar mi pinche sentencia.


--Todo se ve muy cuesta arriba, Pancho: 18 largos años más en Bastrop.


--Vamos a ganar la apelación. Esto es una injusticia. Te lo quería decir viéndote a los ojos. Te la pongo más fácil. Es plata o plomo, contra la justicia norteamericana. ¿Cuál te parece peor? Ya viví la primera en Veracruz. Estoy padeciendo la segunda. Pero vamos a ganar. A mí me extorsionaron, me forzaron a comprar los caballos, los compré con mi dinero. A lo mejor debí hacer otra cosa. Pero no hay delito, no hay lavado, no hay nada de eso. Ahora tengo abogados valientes.


--Y ganas de pelear en las cortes, por lo que veo.


--Yo no me voy a morir aquí. Diles en México que no me voy a morir aquí. Y diles que esto es una gran injusticia.

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