Servando Gómez, alias La Tuta, el líder de Los Caballeros Templarios, se ha convertido en una obsesión, tanto para el gobierno estatal como para el federal. Desde hace meses se le busca por aire y por tierra en las ciudades y poblaciones de la Tierra Caliente, la Sierra y la Costa.
Como dijo el comisionado Alfredo Castillo al inicio de su gestión, La Tuta es la cereza en el pastel del operativo de desmantelamiento de la célula criminal de la que es cabeza.
El caso del líder criminal reviste especial importancia no sólo porque es el jefe de un grupo delincuencial conocido por su extrema violencia.
Lo es también por su gran poder corruptor, que supo poner en jaque no sólo a una extensa población de Michoacán sino incluso al gobierno del estado, muchos de cuyos ex funcionarios antes fueron sus aliados y hoy son sus víctimas.
La Tuta llegó a ser quizá el hombre más poderoso de Michoacán y este fue el principio del fin, pues ninguna autoridad, por más omisa que sea, puede llegar a tolerar esto.
Podría decirse que fue la ambición y el protagonismo lo que llevaron a la debacle a la organización de Los Templarios, pues tanta impunidad no pasó desapercibida.
Hoy se le persigue por todo Michoacán, utilizando incluso en los operativos a gente que antes estuvo a sus órdenes, como han documentado algunos medios.
Sin embargo, las autoridades deberían tener en cuenta que más que el afán de venganza prive en este operativo el afán de justicia.
La Tuta nos debe muchas explicaciones a los michoacanos y, en ese sentido, es una pieza vital para entender qué fue lo que ocurrió en la entidad en los últimos diez años.
La detención de La Tuta debe ser una prioridad, pero no para festinar triunfos en contra de la delincuencia sino para encontrarle una explicación a esta etapa que, sin ninguna duda, podría llamarse la era en que un líder criminal puso de rodillas a los gobiernos municipales, estatales y federales.