Quantcast
Channel: Blog del Narco - Historias del Narco - Diario del Narco - Mundo Narco - Proceso
Viewing all articles
Browse latest Browse all 3501

En La Cabeza de Juan José Esparragoza, “El Azul”. Parte 1

$
0
0
Todos sucumben. Muchos se van extraditados a Estados Unidos, donde el sueño de gobernar las cárceles queda supuestamente sepultado, al menos para los grandes capos mexicanos, quienes deben ceder ese asiento a las pandillas que les distribuyeran en las prisiones o las calles las drogas ilícitas que los llevaron ahí.

Algunos mueren atravesados por las balas de sus socios. Otros por el fuego del Ejército o la Marina. Durante el pasado y presente sexenio no ha habido un solo cártel que pierda una de sus cabezas al fuego del gobierno federal, aunque –y ahí están las listas de los muertos, los detenidos y los vivos– el menos tocado es el Cártel de Sinaloa, la última casa de Esparragoza Moreno. 

Todos menos uno: Juan José Esparragoza, El Azul, el mítico hombre que se ha colocado por encima de todos los cárteles y sigue vivo y libre tras casi 50 años dentro de un negocio donde la veteranía es la excepción. En perspectiva: cuando Esparragoza libraba tiros, organizaba cumbres y compraba policías –no tanto personas sino corporaciones enteras– ninguno de los cuatro líderes que han dirigido a Los Zetas había nacido y ya dos están muertos y uno preso. 

Sin El Azul no podría entenderse la presente República de las Drogas.

En la cabeza de El Azul

El 6 de febrero de 1985, un grupo de agentes y ex agentes de la DFS pagados por Don Neto Fonseca se reunieron en su casa. Al día siguiente, a las siete de la mañana, el veterano narcotraficante les ordenó ir al domicilio de Rafael Caro Quintero El Narco de Narcos. 

Se concentraron ahí en espera de órdenes. Antes del mediodía, un grupo salió al consulado estadounidense en Guadalajara. 

Horas después volvieron Fonseca y el resto del grupo con un hombre al que cubrieron la cabeza con un saco. Fue conducido a una de las recámaras de la casa y los capos se encerraron en la habitación de Caro. Sergio Espino Verdín recibió la orden de cuidar la entrada de la habitación donde estaba retenido el agente estadounidense. Minutos más tarde regresó Samuel Ramírez Razo Samy a interrogar a Camarena. El asunto giraba alrededor de la investigación llevada por la DEA y las autoridades mexicanas sobre el tráfico de drogas. 

El pago por el secuestro fue de 50 mil pesos a cada uno de los cuatro agentes del servicio secreto mexicano participantes. 

Introdujeron a Fonseca en una de las recámaras de la casa, a donde entraron Caro Quintero y Fonseca Carrillo. 

Samuel Ramírez Razo El Samy estuvo a cargo del interrogatorio. 

La tortura fue brutal. La ejercían hombres entrenados para evitar la investigación y obtener los datos mediante la fuerza: eran agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la misma agencia de espionaje mexicana que desde su más alta dirección protegía a los secuestradores de Kiki Camarena. 

–¿Cómo se llama, hijo de su pinche madre? –repetía El Samy la pregunta con cierta frecuencia. 

–Enrique Camarena Salazar. 

–¿Sobre de quién andan, pinches culeros? ¿Quiénes están en la lista? 

Los detalles serían dados al juez por Sergio Espino Verdín, ex miembro de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, otro aparato de espionaje político del gobierno mexicano de los ochentas. 

Espino Verdín llegó ahí mediante el fichaje mediado por Jorge Salazar Ortega y Javier Barba Hernández, abogados de Caro Quintero y Fonseca Carrillo, responsable de su sueldo. Amistó suficiente con Don Neto como para que el capo, en el velorio de un hermano que le mataron, le entregara al ex espía 500 mil pesos de la época para repartirlos entre la tropa. 

Ramírez Razo y Tejeda Jaramillo proporcionaron el resto de los detalles de ese día: 

“Lo tenían en una recámara donde era golpeado por Carlos Martínez y Refugio Cuquillo. El primero lo amordazó, le introdujo unos pedazos de trapo en la boca y le puso tela adhesiva alrededor de la boca y la nariz. Debió morir pronto”, dijo el último. 

Fonseca tuvo un mal presentimiento, como si la casa se llenara de pájaros negros. 

–Compadre, necesitamos soltar al gringo –dijo Don Neto a su joven e impetuoso socio Caro Quintero. 

–No puedo, compadre, porque ya lo madrearon y se está muriendo. 

Ya era 7 de febrero de 1985, día en que la historia del crimen organizado cambió para siempre y, a entender por el momento actual, también del país por completo. 

Metieron a Camarena en la cajuela de un automóvil. Seminconsciente, le golpearon varias veces la cabeza con una llave de tuercas. Ahí mismo introdujeron a Alfredo Zavala, el piloto mexicano que dio las coordenadas del rancho El Búfalo, el mayor sembradío de marihuana de la historia y cuya pérdida enfureció a Caro al grado de cometer el error de asesinar a un policía con pasaporte estadounidense. 

Llevaron el auto a un rancho en Michoacán y lo encerraron con los cadáveres dentro en el interior un garaje que luego tapiaron. 

Antes de esto. Cuando Samy abandonó el cuarto de tortura, se dirigió con la respiración entrecortada, no de angustia sino de fatiga. Dijo a sus jefes: “El detenido manifestó que Miguel Ángel Félix Gallardo, Fonseca, Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco y Juan José Esparragoza Moreno El Azul eran este orden las principales personas que se dedicaban al narcotráfico nacional e internacional”.

*** 

Los cárteles mexicanos, a semejanza de los colombianos, conciliaron intereses comunes de narcotraficantes identificados por razones de región o parentesco. Antes de estas agrupaciones en México, existían bandas con mayor o menor organización fundamentalmente dedicadas al cultivo y exportación de marihuana y amapola. El clan de Los herrera, por ejemplo, gobernó en el crimen y la ley durante años en Durango, donde alrededor de 2 mil familiares se imbricaron en el contrabando, gobiernos municipales, jefaturas policíacas. 

Al otro lado de la montaña, en Sinaloa, surgieron figuras como Pedro Avilés Pérez El León de la Sierra, quien exploró de manera anticipada, en la primera década de los setenta, con Javier Sicilia Falcón, un cubano-americano nacionalizado mexicano, las primeras rutas occidentales del tráfico de cocaína. Avilés fue asesinado y Sicilia preso. 

Más del primero que del segundo descienden directamente Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco, Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos y Juan José Esparragoza Moreno El Azul. 

Todos murieron de bala o están presos, excepto Caro Quintero, quien apenas dejó la cárcel de Puente Grande luego de 28 años de encierro y El Azul Esparragoza. 

Para colocar a las personas en contexto, en las miles de páginas contenidas en los expedientes judiciales obtenidos sobre el estado del narcotráfico mexicano durante la década de los setenta y ochenta, el nombre de Joaquín El Chapo Guzmán, hoy el primer narcotráfico del mundo según en el gobierno de Estados Unidos, no aparece sino hasta después del asesinato de Camarena. Lo mismo ocurre con Ismael El Mayo Zambada. Sólo tenía relevancia Esparragoza Moreno. 

La dirigencia actual de Sinaloa, el más próspero vendedor de drogas en el mundo es un triunvirato compuesto por El Chapo, El Mayo y El Azul, hombres con diferencias de edades de entre dos y seis años. 

¿Por qué? ¿Existe algo especial en Juan José Esparragoza Moreno? 

Parte de la respuesta está en el expediente integrado por el área técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal. SinEmbargo posee copia completa del documento, un informe confidencial con todas las evaluaciones psicológicas, sociales, criminológicas y laborales hechas al capo durante los últimos siete años que ha estado en prisión. 

Ahí están los cuestionarios en que El Azul se describía “travieso” de niño y temeroso de no hacer de sus hijos hombres de “vien”. O está el dibujo de un hombre con brazos enormes y deformes y trazo tembloroso, al que inventó una historia con su letra manuscrita y poco practicada: “Esta figura es de un señor que fue quemado un Sábado de Gloria por perverso”. 

Es la historia de un hombre de 1.77 metros y atlético en su juventud. Del hijo adorado de un ganadero. De un hombre tan moreno al que sólo le podían apodar El Azul. Que en los años 70 se integró como uno de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política que, a la vez, era una especie de dependencia controladora de la gran banda de narcotraficantes liderados entonces por Miguel Ángel Félix Gallardo, quien reconoció el talento de un joven Esparragoza y lo eligió como su lugarteniente. 

No fue su único maestro. El Azul estuvo bajo la tutela de Juan José Quintero Payán, contemporáneo de Ernesto Fonseca, Don Neto, y anterior a Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Tuvo también la enseñanza de Pedro Avilés, El León de la Sierra. Juntos adornaron las cañadas y los cerros con plantíos de mariguana y se convirtieron en leyendas, en letras de corridos norteños. 

En 1977, el gobierno de Estados Unidos asesoró al mexicano, que utilizó por primera vez al ejército para combatir al narco y poner en marcha la Operación Cóndor, en Sinaloa. 

Félix Gallardo, Don Neto, Caro Quintero y El Azul migraron a Guadalajara, donde continuaron las operaciones, cada vez más fortalecidas con el envío de cocaína sudamericana a Estados Unidos, bajo el amparo de la Dirección Federal de Seguridad, de la que El Azul obtuvo una credencial que lo acreditaba como colaborador oficial de esa dependencia gracias a la compra que los narcos hicieron de la policía política mexicana. 

En 1985, la mafia sinaloense asentada en Jalisco supo que un hombre andaba detrás de ellos, Enrique Camarena. 

Los narcos lo secuestraron frente al consulado de su país en Guadalajara por órdenes de Don Neto y Caro Quintero. Le preguntaron quiénes eran los hombres en la lista negra del gobierno estadunidense. Dio todos los nombres. Luego lo asesinaron. La DEA reclamó cabezas. 

Y el gobierno mexicano se las dio. 

Antes, quizá con conocimiento de que la prisión era un mal trago insalvable, Esparragoza Moreno convocó a una cumbre en que México quedó partido en cuatro para asuntos de narco. Sólo él podría convencer a Amado Carrillo, sobrino de Don Neto, que mantuviera calma la antipatía que sentía por El Chapo y a este que no fuera sobre sus paisanos, los Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Gallardo El Padrino. Que se admitiera la personalidad de Juan García Ábrego, sobrino del legendario don Juan N. Guerra, barón del contrabando tamaulipeco. 

La división política se hizo, pero, al poco tiempo, la bandera blanca voló en pedazos al ritmo de los cuernos de chivo.

Viewing all articles
Browse latest Browse all 3501

Trending Articles



<script src="https://jsc.adskeeper.com/r/s/rssing.com.1596347.js" async> </script>