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La Gran Traicion: La Inteligencia en Manos del Narco, parte 1

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Si se revisan los expedientes abiertos por el Ejército Mexicano contra sus efectivos levados por el narcotráfico, se crea la idea de que los cárteles desarrollaron la habilidad de infiltrarse hasta uno de los órganos más sensibles del Estado, en el centro neurológico de la institución de las armas, su sistema de inteligencia. 

Si se observan los documentos iniciados por el sistema de justicia civil contra los agentes policíacos, se piensa que los narcotraficantes invadieron áreas tan delicadas como la Dirección Federal de Seguridad, el servicio secreto mexicano durante los años de la Guerra Fría. 

Pero si se analizan los expedientes particulares de los hombres que vendieron trozos del Estado y los legajos de quienes los compraron, se concluye que la filtración fue en el sentido contrario: los hombres de las armas infiltraron al narcotráfico no favor del interés público, sino del suyo propio. 

La bola se fue pa’ Juárez 

Con la cara rígida, perfectamente rasurada sobre los uniformes tapizados de insignias, los generales reunidos el 10 de julio de 2006 en Consejo de Guerra en El Salto, Jalisco, se preguntaron: 

“¿Es el sargento segundo escribiente Marcelino Alejo Arroyo López culpable de que, perteneciendo a la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos de la Secretaría de la Defensa Nacional, haberse incorporado a la organización criminal Cártel de Juárez, del cual era el dirigente, cabecilla o jefe narcotraficante Ismael Zambada García El Mayo Zambada y otros individuos, intermediarios de Arturo Hernández González El Chaky, quien dirigía una de las células del cártel también denominado La Empresa, con la intención de realizar labores de contrainteligencia?”. 

Los militares ya habían hojeado el grueso legajo de la causa penal 2491/2005, el expediente con decenas de declaraciones, partes policíacos de investigación e intervenciones telefónicas. El mismo documento que da santo y seña de cómo el Cártel de Juárez y sus ex socios del Cártel de Sinaloa infiltraron al ejército y del que SinEmbargo posee copia. 

Arroyo López habló. Se defendió. Los generales lo escucharon y luego respondieron su propia pregunta. 

*** 

El sargento Arroyo López causó alta el 21 de noviembre de 1987 como policía militar. En enero de 1990 tomó una vacante en la Policía Judicial Militar. 

Inició como cabo policía militar, siguió como agente con el mismo rango y, poco después, lo ascendieron a sargento segundo escribiente. Estuvo en esa corporación hasta septiembre de 1995. 

“No sé si por selección o azar me enviaron junto con otros nueve elementos de la Policía Judicial Militar a causar alta en el Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN). Efectivamente he recibido dinero a cambio de información que sustraía de la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos donde laboro para hacerla llegar a una organización dedicada a dar seguridad a narcotraficantes”. 

Arroyo nunca efectuó curso alguno de inteligencia. Y así quedó directamente subordinado al CIAN, dependiente de la secretaría particular del Secretario de la Defensa, entonces Enrique Cervantes Aguirre, designado por el Presiente Ernesto Zedillo. 

Marcelino Arroyo coincidió en el CIAN con Pedro Bárcenas, Capitán Perico, de quien se hizo compadre y quien luego desertó para integrarse al Cártel de Juárez. Aunque no se tienen datos detallados de cómo ocurrió, lo cierto es que Arroyo se convirtió en informante del crimen organizado. Y justo por estar en esa oficina fue blanco de los esfuerzos por comprarlo. No fue nada difícil. 

Arroyo operó en una rústica estructura de inteligencia en que los reportes eran entregados por escrito, a manera de informes o, en casos de emergencia, dictados por teléfono a Bárcenas. Éste informaba a Francisco Tornez Castro El Pancho, quien reportaba a Arturo Hernández González El Chaky, jefe de sicarios de Amado Carrillo El Señor de los Cielos.

El sargento segundo escribiente obtenía información cuando los analistas del CIAN le comisionaban recabar datos de domicilios, números telefónicos fijos o celulares, vehículos. Tras clasificarla, la entregaba a su contacto. 

¿Qué clase de información entregaba el sargento Arroyo al narcotráfico? 

***

Mes y medio antes de la detención de Arroyo, el cártel se inquietó. Se rumoraba de una andanada de cateos a las casas del Mayo Zambada en Culiacán, Sinaloa. 

–¿Sabes si hay personal trabajando en Sinaloa? –preguntó Perico a Arroyo. 

–Sí. Hay una base de trabajo de aquí, de la oficina (del Distrito Federal), en Sinaloa. Va un capitán al mando –respondió el militar activo. 

–¿Cómo se llama? 

–Es un capitán segundo de zapadores. 

–¿Es el que lleva el asunto del Chaky? 

–Ese asunto lo lleva el teniente de arma blindada de apellido Ornelas. 

–¿Quién está de jefe de cubículo del Cártel de Juárez. 

–El capitán Ornelas. 

Perico aseguró que buscaría al capitán encargado de la investigación en Sinaloa para sobornarlo. Arroyo no supo más. No debía saber nada más. Era sólo una de varias piezas. 

El flujo de datos era permanente. Nombres de adversarios o socios de Juárez eran entregados en condición de incógnita a los militares y volvían al cártel con domicilios, números telefónicos y detalles de las investigaciones en su contra.

Otro ejemplo. A Perico le urgía tener información sobre un capitán aviador diplomado del Estado Mayor infiltrado por el Cártel de Juárez, pero integrado a otra célula. Competencia interna. Arroyo escuchó atentamente en la oficina. Se encontró con el tema y anotó todo en una libretita. 

Reportó: “Me dijo que la revisaría con su patrón, pero que lo más interesante para ellos era toda la información relacionada con el Cártel de Juárez y, particularmente, con El Chaky”. 

Era una maraña de espías contra espías. En otra ocasión, Arroyo López fue buscado por Perico. Le advirtió sobre un teniente de infantería que anteriormente estuvo en el CIAN. Le describió su auto y domicilio. Se debían cuidar de él: estaba empleado por otro cártel. 

Bárcenas también proporcionó dos sobrenombres: El Yeyo y El Chacho, gente de Osiel Cárdenas Guillén, entonces capo del Cártel del Golfo. Había guerra. El tamaulipeco había mandado matar al Chaky. Y esos apodos eran dos de los sicarios que iban tras la vida del jefe de sicarios de Juárez, cabeza de la red de informantes de Amado. 

En sargento Arroyo nunca conoció personalmente al Chaky, excepto por las referencias que de él hacían Pancho Tornez y Perico como “el patrón”. Arroyo, en el escalafón más bajo del cártel, cobraba directamente de la mano de Capitán Perico en las estaciones del metro Panteones, Normal o Cuitláhuac. 

Él mismo dio los detalles: “En tres años recibí dinero en 25 ocasiones. Las cantidades iban desde 500 a mil dólares”. 

Así de barato.

***

 ¿Ante la deslealtad a las armas había lealtad al narcotráfico? En su declaración ante el Ministerio Público Militar, Arroyo López deja claro que tampoco. El sargento también actuaba como correo para la entrega de sobornos a otro militar antinarcóticos, Pedro González Franco, quien causó baja de esa área por reprobar un examen de polígrafo –se entiende que Marcelino sí aprobaba ese filtro de seguridad– y, en vez de despedirlo, se le trasladó a la Zona Militar de Toluca, en el Estado de México. 

Pero los sobres a su favor seguían llegando. Pedro Bárcenas Perico recomendó a Arroyo quedarse con el dinero. “Me dijo que yo aportaba más datos para la organización y que tenía derecho a cobrarlo”, se justificó el sargento segundo. 

Los beneficios que dio Arroyo fueron más allá de la entrega de datos. También participó en el reclutamiento de más informantes. Uno de ellos fue el propio González Franco, a quien se reclutó por tener acceso a información del Cártel de Tijuana. 

El CIAN se divide o dividía en módulos de análisis para cada cártel de las drogas. 

A González Franco le pidieron antecedentes de Fabián Martínez El Tiburón, jefe de los Narcojuniors, cuerpo de sicarios y contrabandistas de clase media y alta reclutados por los Arellano Félix durante la década pasada. El Chaky “se lo quería chingar”, aclaró González Franco al ministerio público. 

“En otra ocasión que regresé a Tijuana, el sargento Marcelino me dijo que Pedro (Perico) le había comentado que necesitaban información del Metro. Después regresé a mi base en Tijuana y por esas fechas agarraron a Alcides Ramón Magaña, narcotraficante del Cártel de Juárez”. 

El Metro, quien a la muerte del Señor de los Cielos se apoderó del control del tráfico en la región sureste del país, fue detenido en 2001. 

“(Luego) me dijo Perico que su compadre Pancho, Francisco Tornez, me mandaba dinero. Sacó un periódico que llevaba doblado con 5 mil dólares y que era por el trabajo para que aprehendieran al Metro. Un premio para nosotros, ya que con la captura del Metro se les había quitado un peso de encima”. 

La Procuraduría General de la República (PGR) emitió un boletín de prensa cuando, en 2007, el traficante fue condenado en definitiva a 47 años de prisión en 2007: 

“Con esta sanción (…) Durante la administración del presidente Felipe Calderón, el gobierno de México refrenda su compromiso de aplicar la ley con todo vigor y energía en contra de cualquier manifestación de la delincuencia organizada”.

EL INGENIERO AGRÓNOMO 

El asunto de los espías del cártel de Juárez detonó el 19 de octubre de 2001, cuando una patrulla del ejército circulaba por un camino de terracería en el municipio de Cosalá, Sinaloa. 

Los soldados observaron dos camionetas, una Suburban roja y GM negra granito, ambas con vidrios polarizados. Las siguieron y en segundos el seguimiento se hizo persecución. Quienes llevaban las camionetas frenaron en seco, las abandonaron y huyeron a pie. 

Los militares revisaron los vehículos y encontraron 60 mil 400 dólares y 34 mil 400 pesos. También un anillo de oro blanco con nueve incrustaciones de piedras preciosas, una pulsera de oro de 14 kilates, dos bolsas con 34 gramos de cocaína y nueve estuches para el polvo o periqueras. 

Tres cuernos de chivo, una pistola Colt con las cachas grabadas con figuras de tiburones y cientos de balas. Siete teléfonos celulares y uno satelital. Y documentos a nombre de Jerónimo López Landeros. 

La camioneta negra granito, que resultó blindada, era propiedad de Javier Torres Félix. Su esposa se presentó al Ministerio Público para reclamar la devolución del vehículo y aseguró que su marido era agricultor y ganadero. 

Torres Félix era un viejo conocido de la policía. En la tierra del Mayo se le tenía como su lugarteniente y sólo fue asunto de revisar los expedientes. 

A finales de mayo de 1997, Torres Félix fue detenido en Cancún, Quintana Roo, con otros tres traficantes y 380 kilos de coca empaquetada en plástico transparente y hule amarillo. Sin embargo, Torres Félix resultó absuelto, salió de prisión al año y reanudó la operación para los Carrillo Fuentes en un momento en que, debe quedar claro, personajes hoy identificados plenamente en el bando de Sinaloa, mantenían operación para Juárez. 

Esto, antes de dos hechos fundamentales para el presente del narco mexicano: la muerte de Amado Carrillo y la fuga de Joaquín Guzmán Loera, con quien luego se alinearía El Mayo Zambada y Juan José Esparragoza Moreno El Azul, entre otros. 

Como con cualquier trabajo, una de las ventajas de ser un narco viejo es ir y venir por los cárteles con una gruesa agenda de contactos en el bolsillo.

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