Los motivos de un soldado, sus miedos y sus batallas
“El amor hacia mi patria” me motivó a ser militar, expresa con gran orgullo Adalberto Zapata Domínguez, sargento primero del Ejército Mexicano.
Desde pequeño admiró a las personas que dispuestas a todo y bajo cualquier sacrificio, cumplen disciplinadamente con sus labores y con el valor de servirle a su nación. Siempre emocionado por los símbolos patrios y enamorado de esos sentimientos que le provocaba su patria, México.
“También entré al Ejército para tener trabajo y por convicción propia. Mi convicción es defender a los ciudadanos, darles lo que ellos requieran para estar bien. Aquí todos deben tener la convicción de defender, el que no la tiene, se termina saliendo”.
Por eso, el sargento Zapata decidió enlistarse en el Ejército, decidió portar el uniforme que lo hace sentirse su propio héroe.
Don Emiliano, como sus compañeros de cuartel lo llaman, al preguntársele qué siente al portar ese uniforme y empuñar un arma en sus manos responde: “Mi primer sentimiento es responsabilidad; siento que tengo en mis manos la vida de mi nación, la vida de mis compañeros y mi propia vida. Me invaden los valores que desde pequeño me inculcaron mis padres: honestidad para ser un hombre destacado y sobre todo, el patriotismo, eso que como militar me hace defender y ayudar a la población cuando sea necesario. Siempre busco dar mi más grande esfuerzo, para sobreponerme a la adversidad”.
Ayudar al prójimo siempre ha sido mi más grande compromiso, siendo militar esa misión se multiplica. Salvar a las personas que viven la desgracia de un desastre natural es un sentimiento de orgullo, proteger a los civiles que quedan en medio del fuego cruzado es mi deber, nada se compara con el sentimiento de orgullo que uno obtiene, sobre todo cuando se aplica el Plan DN-III, “yo me conformo con que me den las gracias”.
“Mi primer pensamiento en el día —dice el sargento— es cumplir mi misión de militar con esmero, prontitud y a beneficio de esta institución, sin olvidar que mi deber es servirle a mi patria. Pienso en que tengo que regresar sano y salvo porque alguien me espera, para eso, me encomiendo a Dios, que es finalmente el único que siempre me acompaña.
“El último, ese último pensamiento en el día, es dar gracias a Dios por permitirme terminar con bien para poder conservar la esperanza de ver pronto a mi esposa e hijos”.
Como muchos otros militares, Zapata vive lejos de su familia. Es originario de Chiapas. Por azares del destino y del trabajo, conoció a su hoy esposa en Michoacán. Con ella tiene un pequeño hijo de cuatro años y el segundo viene en camino, su esposa espera un niño, ya se encuentra en el sexto mes de gestación.
Arturo, como se llama su hijo, a su corta edad siempre le pregunta cuándo regresará. “Esa es la pregunta más difícil de responder”, dice, no es problema saber cuándo regresaré, el problema y lo complicado es saber si Dios me dará licencia de regresar.
Hoy Adalberto se encuentra en Monclova, Coahuila, cumpliendo con una misión de combate al narcotráfico y crimen organizado que azota esa entidad.
“Por fortuna ya voy a regresar —menciona— somos unos 300 militares los que estamos aquí, y la verdad se sufre mucho, solo pido regresar a casa para comer los platillos de mi mujer, abrazar a mi hijo y besar la panza de mi esposa, ahí en donde guarda un hermoso pequeño que aún no conoce mi voz”.
A ellos solo los veo en vacaciones y eso es cada seis meses, en otras ocasiones cada año, pues aunque ella es de Michoacán, vive en Chiapas con mi madre, a quien por cierto, también extraño mucho.
Una gran motivación en mi vida es el orgullo que le da a mi familia que yo sea militar, el orgullo de pertenecer a esta noble institución. A ellos, sobre todo a mi hijo les agrada el comportamiento de nosotros los militares, su disciplina, la lealtad y el esfuerzo con el que trabajamos día a día sin esperar nada a cambio de las personas que reciben nuestra ayuda.
Su esposa lo conoció siendo militar, pero a decir de Zapata, se cansa de la espera, no sabe qué responder a la insistente pregunta de su hijo por la ausencia de su padre, no sabe cómo asimilar la distancia. Sin embargo, confía en el amor y confianza que nos tenemos, expresó.
Bajo su uniforme, hay un hombre no una máquina, un ser humano que siente, que piensa, ama y tiene sueños y anhelos, un hombre que tiene sentimientos que debe conjugar con el deber las obligaciones y objetivos que le impone el Ejército.
Se tiene que ser cuidadoso, argumenta, pues si no se separa la vida civil con la vida militar, puede uno pensar en el retiro, y eso pasa más cuando no se tiene vocación de servicio. “Yo quiero durar aquí, crecer y mejorar con el Ejército”, llegar al retiro. Ser desertor, en mi vida no es una opción, mucho menos una necesidad.
“En el Ejército Mexicano existe el escalafón jerárquico y la idea de todo soldado es llegar a ser general, por lo consiguiente, ese sería mi mayor anhelo”, precisó.
Domínguez dice que en su vida a valido la pena ser soldado. “Gracias a lo que soy he tenido la oportunidad de experimentar cosas nuevas en la vida y ayudar a las personas civiles en momentos difíciles teniendo la satisfacción que con mi trabajo solventó las necesidades de mi familia”.
La gran satisfacción que siente de ser militar es enorme, explica. Nosotros como militares tenemos una gran aceptación. Se nota en el pueblo que visitamos. Además de la aceptación, existe un acercamiento a sus militares. Comienza a aflorar un nacionalismo que los mexicanos tenemos a flor de piel. Con la presencia nuestra, comienzan a aflorar todas las cuestiones positivas, y las acciones o misiones se realizan de mejor manera, sin ningún problema.
Tenemos una gran facilidad para trabajar por el pueblo, por la comunidad y por las autoridades políticas.
El civil acepta en su medio al militar, en el rol de desarrollo y de servicio lo ve como una persona que le brinda seguridad, apoyo para su desarrollo.
Los civiles y los militares somos los que servimos al país y, debemos trabajar en conjunto para poder desarrollar una cantidad de actividades, añade.
El militar no va solo a la parte operativa sino va también a la parte de servicios, como es el área de salud.
Él no tiene mucho qué contar, su vida es igual a la de todos los demás soldados de México. Menciona que su foto y nombre deben aparecer en esta entrevista. “Yo confío en la sociedad civil, y quiero esto para que confíen más en nosotros, los militares”, exclama.
La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ha reportado entre 2006 y 2013 la baja de 324 militares a manos del crimen organizado o en actos de servicio.
A él no le da miedo la muerte, mucho menos el enemigo, pero dice sentirse quebrantado cada que un compañero de él se le va, “siempre siento un vacío”, pero hay que seguir luchando, cada uno de mis compañeros está grabado en cada píxel de este uniforme.
“No, no tengo miedo. Desde el principio se nos enseña a cumplir las misiones sin miedo aunque para nosotros, todo terreno debe de ser peligroso. Sea como militar o ya de civil”.
La mayor satisfacción que le ha brindado pertenecer al Ejército, menciona entusiasmado, es que ha conocido toda la república mexicana. “Te conozco de norte a sur y de este a oeste el país. El lugar que más me ha gustado es Sinaloa… Sí, con todo y el desmadre de allá… Me gustaron sus playas y las mujeres”, así grandotas, recias, unas mujeronas, aunque me saquen unos 30 centímetros, eso sí, mi mujer aunque chaparrita y morenita, me enamoró.
Don Emiliano cuenta con 27 años de edad y nueve de servicio en el Ejército, no mide más de 1.70 centímetros, intenta esconder su mirada penetrante bajo unos lentes obscuros, y su uniforme, oculta su piel de por sí morena, ya quemada con la intensidad del sol en el norte del país.
No desea ser conocido, desea que la sociedad conozca la otra cara del Ejército, de sus elementos. “Aquí nadie es indispensable”, si desertas, si mueres o te das de baja, a nadie le haces falta, nadie te extraña, pero si te quedas habrás dado un día por la vida de alguien que quizás jamás llegue a conocer el verdadero rostro de los hombres que para muchos, no dejan de ser un arma.
Con un sentimiento que impacta, describe que ser un número más en el Ejército no es un orgullo, es su deber. “Anda, cuenta cuántos civiles son, cuántos malandros hay en las calles, y cuéntanos a nosotros, nosotros los militares, somos una mancha”, dice.
Desde hace nueve años, ofrenda con honor su vida, y defiende una causa justa para su nación. Son nueve años de vivir camuflado, de levantarse a las cinco de la mañana para ir a correr, desayunar a las seis y media y poder preservar su condición física. Años de trabajar entre armas, fornituras, pólvora, uniformes y unas botas que en ocasiones, de tanto usarlas se convierten en la suela del camino, en los pies que lo hacen caminar por su destino.
Pide no ser un héroe, pide ser una llama que encienda la conciencia de la sociedad, que mueva y despierte los valores de respeto, paz, libertad e igualdad para los mexicanos, anhela que cada mexicano se sienta orgulloso de su tierra, de su patria, de su bandera y su semblanza.
Bajo la lluvia, bajo el sol, en el mar, por tierra y aire, siempre preservo mis valores y convicciones de militar, siempre trabajaré unido con mi pueblo para luchar por causas justas para México, aunque aquí, “cada paso… suele ser el último”, finalizó.