Con el despliegue de unas 40 camionetas y dos centenares de personas armadas, las autodefensas michoacanas tomaron ayer Antúnez, un poblado del municipio de Parácuaro y punto geográfico que accede a la carretera entre Apatzingán y Nueva Italia. Esta acción apuntala lo que ellos llaman “la inminente toma de Apatzingán”, considerado bastión templario.
Los comunitarios tienen ya presencia en cinco de los seis municipios que rodean Apatzingán. Además, la incursión en Antúnez es valorada como estratégica porque queda a 22.4 kilómetros de la cabecera municipal, que planean tomar. Los líderes de las autodefensas comentan que su próxima acción sería ocupar Nueva Italia.
En Parácuaro se comentaba sobre este plan desde hace varios días, pero los líderes tomaron la decisión hasta el mediodía de ayer, después de que Estanislao Beltrán hablara por teléfono con el doctor José Manuel Mireles Valverde, líder moral del Consejo General de Autodefensas y Comunitarios de Michoacán. Durante la llamada, el dirigente que se encuentra hospitalizado en una clínica privada de la Ciudad de México, dijo a Beltrán, su amigo y representante en la zona, que se debía “buscar darle legalidad al movimiento” y que “no se debería realizar ninguna acción sin la coordinación con la policía”.
Después de la comunicación telefónica, se llevó a cabo la reunión entre líderes provenientes de diversos municipios en los que las autodefensas tienen influencia: Buena Vista, Tancíntaro, Tepalcatepec, entre otros. Eran unos 30 o 40 jefes que tomaron la decisión de pie, en una calle, pasadas las 11 de la mañana, después de almorzar. Gran parte de la responsabilidad operativa recayó en los coordinadores de Buenavista, conocidos por sus apodos: El Americano, Teresa y El Gordo.
Antes de partir, los líderes mandaron lavar algunas camionetas. A las 13:00 horas, varios helicópteros de la Policía Federal comenzaron a sobrevolar la región y, casi a las 15:00 horas, la caravana empezó su avance. La última barricada quedó atrás y empezaron a circular sobre el pequeño bulevar adornado con jacarandas de todos colores. Los rifles y cuernos de chivos iban alzados. Estaban alertas para prevenir cualquier ataque.
Alguien llamó y aseguró que alrededor de 200 templarios se aproximaban. La caravana se detuvo durante media hora, en el entronque con una carretera de terracería, para preparar el contraataque. No ocurrió nada. Pero kilómetros más adelante varios grupos ya quemaban varios camiones y tráileres.
La caravana avanzaba despacio, se aproximaba lentamente al humo negro que se levantaba adelante. Una joven, de las pocas que llevan cuerno de chivo y lo dispara, exclamó: “fue esa llamada. Nos hicieron esa llamada para retrasarnos”.
Para cuando llegaron al entronque, los camiones únicamente humeaban. Un puñado de militares observaba. La caravana cruzó el puente y siguió su camino. A la entrada de Antúnez, los recibió un edificio tapizado de banderas rojas: el signo de los templarios. Pero nadie echó ni un tiro. La gente se mantenía alejada… al principio.
Como caracoleando en la plaza, las camionetas circularon por la avenida principal de Antúnez, luego por la periferia. Los hombres armados, algunos embozados, saludaban como si fueran protagonistas de un desfile festivo. La gente poco a poco se acercó. En una calle más alejada, alguien dijo ver a un “puntero” o informante. Los autodefensas se bajaron de los vehículos y corrieron. Una joven se desmayó. Los líderes trataron de tranquilizar a la gente: “somos pueblo, no les haremos nada”. Un niño lloró. Una anciana le dijo: “no te va a pasar nada. Son buenas personas”.
Para las siete de la noche, la caravana llegó a la plaza del pueblo. Al poco tiempo, hicieron un pequeño mitin. Llegó un millar de personas, que aplaudieron los discursos. El saldo del día fue blanco: un par de tiros echados al aire, tres jóvenes de 20, 19 y 18 años detenidos, acusados de ser “punteros”.