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De "Templario" a comunitario: El gobierno siempre nos dio la espalda

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TIERRA CALIENTE, Mich.— Terratenientes, ex policías, sargentos retirados del Ejército, jornaleros, cortadores de limón, aguacate y papaya, ex templarios, ex pandilleros de California, adolescentes, padres de familia humillados, jóvenes a quienes les mataron a un hermano, hombres a quienes les mataron a un hijo o a una esposa embarazada. Según pudimos constatar en Tierra Caliente, las autodefensas están integradas por una diversidad de gente que, de alguna manera u otra, ha sufrido desde hace años todo tipo de agravios por parte de Los Caballeros Templarios, grupo criminal contra el que se alzaron.

Hay quien está en ellas porque se cansó de la extorsión; quien trabajaba para Los Templarios y se volteó por diversas razones: el cansancio, la perspectiva de que las autodefensas ganarán esta guerra o el instinto de supervivencia. También están el pequeño o el gran propietario. Y otros más porque les gusta “estar en la bola”. 

Los motivos para estar en las autodefensas son muchos y variados, pero lo cierto es que la mayoría de los integrantes reflexiona sobre los últimos meses, en los que durante su recorrido por un gran número de pueblos han conocido infinidad de historias de impunidad. A la par, han sido testigos del cariño de los pueblos por los que han pasado, pues los habitantes los perciben como libertadores. Pero todos han perdido a un amigo o compañero. La mayoría teme que si pierden esta guerra sus familias sufrirán la venganza del crimen. 

Las autodefensas recuerdan de alguna manera, y con toda proporción guardada, a Pancho Villa. Una parte de este ejército está compuesta por forajidos, ex templarios que han vivido fuera de la ley. La mayoría se enroló a los comuniarios a partir de un agravio y la necesidad de salvar la vida, como ocurrió con Villa cuando era un adolescente que, tras convertirse en fugitivo por defender a una hermana, se dedicó al robo de ganado.

Pero a pesar de tener un origen forajido, muchos integrantes de las autodefensas se han transformado a través de estos meses de “guerra” en Michoacán: han conocido numerosas historias de vida, han sido recibidos como héroes en las comunidades a las que llegan. Ahora, saber qué imagen pesará más en el futuro, si la de héroes o la de bandidos, es insondable por el momento. 

El terrateniente

La luna pinta el mundo de plateado, un mundo que, desde la barricada principal de Parácuaro, se reduce a 30 metros de claro y una nube oscura de maleza y matorral. Esa es la línea de fuego; las autodefensas tienen muy poco margen para defenderse de un ataque que provenga de ahí. Por eso han “amampostado” —como dicen por acá— tiradores en los techos de las últimas casas.

Ahí en la barricada, protegido por dos escoltas y sobre una lona de algún político local para aislar el frío, el Comandante muestra los permisos legales de sus ocho armas. Uno a uno saca los documentos de su cartera de piel. Las armas que porta y dispara son suyas, tiene permiso porque jamás se ha metido en problemas, pertenece al club de tiro y cacería de su pueblo; la camioneta que conduce también es de su propiedad. Es ganadero y siembra aguacate. Esta última actividad deja ganancias. Por eso “esa gente [templarios] tiene mucho interés en la sierra, en las huertas aguacateras. Dejan mucho dinero”. 

En febrero o marzo de 2012, Los Templarios le exigieron 250 mil pesos como impuesto sobre su huerta en Tepalcatepec. Le dieron una cuenta en la que debía depositar. Y así lo hizo. 

—¿Pensó en denunciar? —se le pregunta. 

—Si denuncio, tengo que dar mi nombre. Dan con mi huerto y matan a mis muchachos —dice. 

En el radio de comunicación se oye música de banda. En otra barricada están de fiesta. 

Las extorsiones contra agricultores se dispararon desde 2012. Agarraron parejo contra propietarios pudientes y aquellos con tierras de baja calidad y de temporal. Y también está el tema de los abusos contra mujeres. En Tepalcatepec, una muchacha de 16 o 17 años que trabajaba en una casa de compraventa de oro fue acusada de un desfalco. La hicieron pagar con trabajo, pero no era suficiente castigo. Como era bonita, el jefe de plaza del pueblo obligó a su mamá y al abuelo a llevarla adonde él quisiera, sin importar que fuera la una o las dos de la madrugada. Y debían regresar por ella uno o dos días después, o cuando él se hartara. 

El Comandante guarda silencio. En la radio alguien informa sobre camionetas de los “mañosos” reuniéndose y circulando en Antúnez, a una media hora de aquí. 

“Aparte soy padre y tengo una hija de 15 años”, comenta. Se agarra la cabeza rapada con sus manazas de agricultor y le tiemblan de coraje. Se dirige a sus escoltas: “Déjenme solo”. Los dos hombres, enormes, con cascos y chalecos antibalas, se alejan sin decir palabra. Tras una pausa, el Comandante agrega: 

—Y tengo un problema parecido. No igual, pero parecido. Esa impotencia… Y todavía mucho el gobierno nos da la espalda. 

El canto de los grillos aumenta. 

—No fue de esa forma, pero a mi hija también me la violaron, a los 12 años. La persona que lo hizo se fue... No soy un delincuente, no soy un asesino, por eso no quise actuar… Y me pongo en el lugar de esa mamá, de ese abuelo. Tenérsela que llevar pa’ que la abusaran. Porque ella había cometido una falta.

Los adolescentes

Él asegura que tiene 16 años, pero parece de 14. Pequeño, moreno y espigado. Con ojazos negros tupidos de pestañas y cejas, rostro de niño y dentadura impecable. Espera junto a los demás que inicie la caravana que tomará Antúnez. El calor revienta a pesar del cielo aborregado. Lleva un rifle R-15 y los pies calzados con huaraches campesinos porque, dice, las botas le estorban. Pero la pobreza del calzado y la ropa relatan otra historia. Antes de irse “con la bola” era cortador de limón. Alcanzó a terminar la secundaria, pero ya no pudo seguir estudiando porque en casa faltaba el dinero. Fue entonces que a su pueblo, en Tancítaro, llegaron las autodefensas o “los comunitarios”, como los llaman allá. De eso hace dos meses. En las tropas no hay muchos chicos de su edad, pero asegura no sentirse solo, “porque siempre he andado con gente más grande”. 

Sobrevuela un helicóptero. Pasa un vendedor de donas. El muchacho pregunta si alguien quiere una. Él invita. Un hombre de unos 30 años le toma la palabra. El adolescente, orgulloso, saca un billete de 200 y otro de 50. Paga con este último dos donas azucaradas. 

—¿Qué sientes cuando disparas? —se le pregunta. 

—Nada. Sólo la adrenalina —responde el chico. 

—¿Y no te da miedo morir? 

El muchacho se ríe, con la boca y la cara llenas de azúcar. 

—No. 

A los 14, a los 16 años, ¿quién le tiene miedo a la muerte? 

De “templario” a comunitario

Cuando las autodefensas se dirigían a tomar Antúnez, desde Parácuaro, el 10 de enero, los contrarios mandaron incendiar vehículos en la carretera. Ahí participaron tres jóvenes que después robaron un automóvil pero fueron detenidos por las autodefensas. Al menos dos de ellos admitieron ser “punteros templarios”, es decir, halcones o informantes. Muchachos pobres, ninguno estudiaba.

Fueron retenidos. Relatan que esa noche no durmieron pensando que los matarían o los entregarían a la policía. Al día siguiente, espantados y amenazados, fueron obligados a utilizar las camisetas blancas de las autodefensas. Y así estuvieron a la vista del pueblo, sin saber cuál sería su destino, pero sabiendo que para Los Templarios ya eran traidores. Para el domingo, al menos uno había aceptado unirse a las autodefensas. Se notaba tranquilo e incluso optimista. “Me van a dar un arma”, relató. 

Se dice que muchos miembros de las autodefensas son ex templarios. En algunos casos adolescentes que han sido “punteros”, el eslabón más frágil de la cadena, aquellos que, a diferencia de los grandes líderes o sicarios, no pueden dejar su pueblo cuando es tomado. En Tierra Caliente, donde la cultura del narcotráfico se puede calcular por décadas, donde las oportunidades escasean y la ilegalidad es normalizada. 

El chico que decidió unirse a las autodefensas no terminó la secundaria. Su historia recuerda la leva que el Ejército usa en comunidades remotas para reclutar adolescentes. 

Los jornaleros

Vapuleado por el camino de terracería, Raúl va en la parte trasera de una camioneta, junto con otro compañero. Ambos dirigen sus armas y miradas hacia el bosque, previenen emboscadas. Es callado, de piel tostada y ojos claros, de unos 25 años.

Buenavista fue el tercer municipio que se levantó en armas contra el crimen. Pero al inicio eran muy pocos, sólo siete, recuerda Raúl, quien entonces era cortador de papaya y víctima de extorsión. 

Esos siete jóvenes sólo tenían rifles 22 y de diábolos, también palos. La gente del pueblo comenzó a juntar apoyo económico para sostener a las autodefensas, pero el encargado de administrar el dinero hizo mal uso. Así que llamaron a El Americano. Él ayudó a conseguir mejores armas y dinero desde la comunidad de michoacanos en el extranjero. 

Raúl ya nunca más regresó a su vida anterior. Ahora, explica, no puede irse a casa porque los contrarios saben que él se levantó. Si pierden esta guerra, la venganza vendrá. Aunque quisiera, no puede regresar. Cuando comenzaron a crecer las autodefensas, salió de su comunidad. Recibe una “ayuda” económica de la organización, aunque “no es mucho”. Se sostiene más de lo que le manda un hermano. En cada toma de poblaciones ha vivido enfrentamientos. Vivir bajo fuego es algo cotidiano desde hace ocho meses. 

“Cuando llegamos a un pueblo deseamos que nos vaya bien. Cuando partimos nos saludamos, nos abrazamos y decimos: ‘Lo que Dios diga’. Y cuando llegamos, deseamos que Dios nos cuide”, relata.

Tras varios días de convivencia, se constató que en las autodefensas participa al menos un sargento retirado del Ejército, y ahora dirige un comando. También se sumó un ex policía que fue retirado de su cargo debido, asegura, a la corrupción que reinaba en su municipio. Después de haber sido separado de sus funciones se dedicó a la agricultura, hasta que se sumó a los comunitarios. Ambos son de Tepalcatepec.

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