Estos perros no merecen comer. Así, con un argumento que no aparece en los manuales de operación carcelaria de ningún país del mundo, un custodio del penal de Puente Grande se sintió autorizado a robarse los alimentos que le habían llevado sus familiares a un grupo de guardias comunitarios.
Eran 34 tortas las que llevaba: dos para cada uno de los muchachos. Pero el custodio nomás las agarró, se las empezó a repartir a sus compañeros y me dijo eso. Que estos hijos de su tal por cual no merecían nada, recuerda, con la voz entrecortada por la indignación, Rosa Isela Tinoco Cárdenas, madre de uno de los detenidos, Mauricio Díaz Tinoco.
Desde que fueron aprehendidos por elementos del Ejército los días 7 y 11 de marzo del año pasado, los 49 integrantes de los grupos de autodefensa de la comunidad de La Ruana, en el municipio michoacano de Buenavista Tomatlán, han recibido en los diferentes penales donde están desperdigados un trato incluso peor al que podrían recibir los narcos a los que combatieron.
Luego de haber recibido instrucción básica sobre cómo utilizar un arma, a mi hijo y a otros (los soldados) se los llevaron con engaños, diciéndoles que se los iban a llevar a una revisión de rutina de dos horas, pero esa revisión ya va para 11 meses, recordó Tinoco Cárdenas en entrevista con La Jornada.
En una operación fast track, los comuneros fueron llevados en avión al Distrito Federal y después repartidos en diversas cárceles de todo el país, quesque porque son delincuentes de alta peligrosidad, dice la mujer con una media sonrisa donde se mezclan la incredulidad y el coraje.
Aquí el diablo es azul
Acusados de delincuencia organizada y terrorismo, varios guardias comunitarios fueron trasladados por tierra de la capital del país a Puente Grande, Jalisco, en un trayecto de más de seis horas, donde fueron sometidos a amenazas y golpes durante todo el camino, denunció Tinoco Cárdenas.
Una vez en sus celdas, fueron sometidos a un régimen de conducta muy estricto, en el cual sólo se les permite hablar 10 minutos por teléfono con sus seres queridos cada nueve días, y son castigados con hasta 200 días sin recibir visitas por levantar la mirada sin permiso o ayudar de cualquier forma a otro interno.
Para dejar claro quién manda en la cárcel –como si el episodio de la comida robada no fuera suficiente–, los custodios se divierten preguntándole a los recién llegados de qué color es el diablo. Si a alguno se le ocurre decir rojo, es desmentido con un golpe como respuesta. Aquí el diablo es azul, dicen los agentes, en alusión al color de su uniforme.
Presa de la misma angustia, doña Rafaela Madrid Gómez no ha podido saber más de su hijo José Ricardo Cervantes Madrid –de 29 años de edad– que lo que le permiten las muy breves llamadas en donde, ella siente, no lo dejan hablar como él quisiera.
“Cuando le pregunto cómo está, nomás me ha dicho ‘pues engordando’, y luego ya no se oye nada. Él tiene cinco hijos, es el sostén de su familia y lo tienen en el penal de Toluca, pero no he podido ir a verlo porque no tengo con qué”, cuenta la mujer.
José Ricardo –cuya esposa perdió un embarazo de cuatro meses por el estrés que le produjo su aprehensión– tuvo que entrar de autodefensa para defender a su familia y a sí mismo de las extorsiones de Los caballeros templarios, quienes empezaron a exigirle que les diera al menos dos pesos de los 20 o 30 que le pagaban por cada caja de limón que lograra cortar, pero que también pueden ser sólo ocho pesos en las peores temporadas.
Ninguno de los detenidos, dicen sus madres o esposas, son miembros del cártel Jalisco nueva generación, como se ha dicho en algunos medios, ni reciben un sueldo por defender a su comunidad.
A María, esposa de Raúl Sánchez Sánchez –por quien mete las manos al fuego–, las acusaciones de que los autodefensas reciben dinero de grupos rivales a los templarios o del mismo gobierno, le da risa cuando ve las condiciones de su baño o las goteras en el techo de toda su casa.
Somos de la delincuencia que vive de cortar pinzanes (fruto también conocido como guamúchil) para venderlos a 10 pesos la bolsita, de chaponear (podar) y de pedir limosna, concluye.