Fue una plática rápida, acaso no completó el minuto, de celda a celda, con el apuro natural de las prisiones, de desconocido a desconocido, bajo el único vínculo de la desgracia. Además, predominó la brevedad a la que es proclive Mario Aburto Martínez, el asesino confeso de Luis Donaldo Colosio Murrieta, quien fuera candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de la República en 1994. El otro interlocutor era Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” Guzmán.
¿Qué relación había entre ellos? Ninguna. Ni siquiera se conocían. Pese a un cúmulo de versiones de fuentes periodísticas, declaraciones ministeriales e interrogatorios, que de 1994 a 2000 sostuvo que el narcotráfico pudo ser el gran móvil para matar al candidato, ninguno de los tres fiscales a cargo del caso lograron resultados bajo esa línea de investigación.
En el Informe de la Subprocuraduría Especial para el Caso Colosio hay cuatro versiones que indican la posibilidad de un vínculo entre narcotraficantes y miembros del equipo de campaña de Luis Donaldo Colosio. Hay otras tres que aluden a que la campaña se financió con fondos de esa actividad ilícita (aquí es donde aparece el nombre de Joaquín Guzmán Loera, como simpatizante de Colosio y proveedor de la campaña). Nueve versiones sugieren que por muchas razones, los cárteles pudieron haber ordenado el asesinato. Seis versiones llevan a la frase consabida: ajuste de cuentas. Ello porque para los cárteles, el escenario de Colosio en la Presidencia no les auguraba buen destino o porque ya habían resultado afectados por “algo”. Tres versiones indican que Aburto Martínez pudo haber estado relacionado con el trasiego de droga.
“El Chapo” Guzmán fue llamado a cuentas dos veces sobre el crimen y las dos veces respondió que él no sabía nada de esa muerte porque el 23 de marzo de 1994 ya se encontraba preso. Tras el deslinde de la muerte del candidato, no se quedó callado. Dijo algo que el escribiente de la Fiscalía reprodujo así: “Estando en el Cefereso de Almoloya de Juárez, en un cuarto cercano al de Mario Aburto Martínez, éste mencionaba que él no había sido quien atentó contra el licenciado Luis Donaldo Colosio, sino Jorge Sánchez Ortega”.
Las Fiscalía para el Caso Colosio descartó por completo el señalamiento de Joaquín Guzmán Loera, de acuerdo con la exposición de la línea “Existencia o no de un segundo disparador”, contenida en el tomo III del Informe de la Investigación del homicidio, editada por la Subprocuraduría Especial, en el capítulo “Posibles cómplices y encubridores”.
SÁNCHEZ ORTEGA
Alguien extiende el brazo y acerca la Taurus .38 con cachas de madera a la cabeza de Luis Donaldo Colosio Murrieta, este día 23 de marzo de 1994, en acto de campaña presidencial. El candidato acaba de bajar del templete. Saluda de mano. Se desvanece con la cabeza chorreada de sangre. Segundos después Jorge Antonio Sánchez Ortega, agente del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), es detenido por la policía municipal de Tijuana. Él habla por radio dentro de un volkswagen, el mismo vehículo en el que llegó a Lomas Taurinas, una colonia periférica de la frontera. Alguien lo ha visto correr. Y ese alguien ha visto que lleva la chamarra pintada de sangre, en la parte del antebrazo izquierdo. Ese alguien es el comandante Carlos Federico Torres Ramírez, jefe dela Policía Municipal y Tránsito de Tijuana y es quien ahora lo detiene mientras los cubre un remolino de polvo y personas.
Jorge Sánchez Ortega es llevado a la Subprocuraduría local. Le practican la prueba de rodizonato de sodio. Es el método con el que se detecta si hay residuos de plomo y bario, dos de los componentes químicos de un cartucho de arma de fuego. Da positivo. A partir de ahora, Sánchez Ortega se convierte en uno de los posibles tiradores. El segundo o tercero, según se armen las piezas de este rompecabezas en la memoria pública.
Estaba en Lomas Taurinas porque Alejandro Ibarra Borbón, subdelegado del CISEN en Tijuana, lo había instruido –además de a Moisés Aldana Pérez y José Luis Pimentel- para que recabaran información del ambiente sociopolítico del acto de campaña. Cuando ocurre el disparo lo separaba 1.50 metros del candidato, según su declaración ministerial.
LA SANGRE, ¿CÓMO SE EXPLICA?
Esa mancha de sangre de Jorge Sánchez Ortega fue explicada por él mismo de esta forma ante Ministerio Público.
• El 24 de marzo de 1994 declaró:
“…que al tratar de acercarse al licenciado Colosio, alguna de las personas que ahí se encontraban haciendo el traslado del herido, le mancharon la manga izquierda de la chamarra de color blanco que traía puesta el de la voz, de sangre, no habiéndose percatado de ello…”
• El 25 de agosto de 1994 aseveró que estaba
“…mirando que llegaba una ambulancia que se paraba detrás de las camionetas, observando entonces que bajaron a una persona herida de (una) Blazer negra, que esto lo vio como a un metro de distancia, ya que el emitente se acercó a ver qué sucedía, observando herido al licenciado Colosio, al que pasaron a la ambulancia para enseguida arrancarse, que se percató eran como seis hombres los que cargaron al licenciado Colosio, que ellos se encontraban con sus ropas manchadas de sangre, que entre ellos gritaban que todo fuera rápido, que no puede proporcionar la media filiación de los mismos por lo rápido de los hechos, pero si ubica a uno de ellos como una persona blanca de cabello castaño claro y calvo, que este sujeto le llamó la atención por parecerse al presidente estatal del PRI, refiriéndose a lo escaso de su cabello y su estatura, que el de la voz piensa fue en ese momento en que lo mancharon de sangre, sin poder precisarlo, ya que nunca observó su ropa”.
• El 31 de enero de 1995 manifestó que:
“…se percata como a 150 metros aproximadamente, tomando como referencia el puente de madera, se detiene (una) la camioneta Blazer y los otros vehículos, ya que fue alcanzada por una ambulancia que tenía las letras Delta, percatándose que efectivamente se trata del licenciado Colosio el cual se veía herido y manchado de sangre en el pecho y la cara, encontrándose el de la voz a una distancia aproximada de un metro con cincuenta centímetros, a un metro de distancia se da cuenta que diferentes personas al parecer de su cuerpo de seguridad lo pasaron a la ambulancia y arrancó inmediatamente con sirena prendida, siguiéndole todos los automóviles, que el de la voz no ayudó en ningún momento a pasar el cuerpo del licenciado Colosio de un vehículo a otro y solamente observó que posteriormente se dirigió corriendo a donde se encontraba estacionado su vehículo el cual lo abordó y entabló comunicación por radio con el señor Alejandro Ibarra”.
EN TODO ESTO, ¿QUÉ TENÍA QUÉ VER “EL CHAPO”?
El periódico estadounidense The Dallas Morning News publicó el 7 de agosto de 1999 un artículo firmado por Tracey Eaton en el que refería un reporte del Centro de Inteligencia de El Paso, dependiente de la DEA, así como del FBI.
El reporte sostenía que Joaquín Guzmán Loera había ayudado a financiar la campaña presidencial y que uno de los socios del traficante planeaba contribuir con 3.5 millones de dólares. Más aún, el documento indicó que “El Chapo” buscó al candidato presidencial porque consideraba que era “el puntero”.
El 25 de enero de 2000, las autoridades de Estados Unidos informaron a la autoridad mexicana que según una fuente confidencial, una persona, de quien omitieron el nombre, había declarado que el dinero de Guzmán Loera fue utilizado para cubrir los gastos de la campaña de Luis Donaldo Colosio, a través de una persona que había ostentado la dirección del aeropuerto de Tijuana.
Relataron también que se había organizado una reunión de alto nivel en esa ciudad antes del asesinato de Luis Donaldo Colosio para acordar la forma de dirigir fondos de un socio de la campaña.
El oficio 179/2000 del 3 de marzo de 2000 contenía los informes PGR-00-0038, PGR-00-0039 y PGR-00-0040, signados por Michael G. Garlan, agregado de la Embajada de Estados Unidos. Los tres comunicaron que en Estados Unidos había antecedentes criminales de la persona que dirigía el Aeropuerto de Tijuana. Todos relacionaban a esa persona con actividades de narcotráfico y lavado de dinero en varios estados de la Unión Americana y México, así como con miembros muy importantes del narcotráfico mexicano. Pero el legajo de reportes también indicó que esa persona se encontraba detenida y sentenciada a cadena perpetua, acusada por conspiración y posesión de cuatro toneladas de cocaína en Texas.
En efecto, en México, la Policía Judicial Federal encontró una historia de narcotráfico. Había alguien detenido en Estados Unidos que había traficado grandes cantidades de droga hacia Estados Unidos. En 1993, esa persona había sido detenida en Baja California con un tráiler en el que transportaba siete toneladas y media de cocaína dentro de latas de chiles, destinadas a ser entregadas en una bodega de su propiedad, en Tijuana.
Esos datos se desvirtuaron con el tiempo.
Jamás se encontró la coincidencia entre un director del Aeropuerto de Tijuana y droga en latas de chile.
Y cuando se le llamó a cuentas, Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo” Guzmán manifestó que no poseía ninguna pista sobre el crimen de Luis Donaldo Colosio Murrieta. Lo que sí transmitió es que Aburto le dijo que él no había matado al licenciado Colosio, que había sido Jorge Sánchez Ortega.
ABURTO EN SUS FÁBULAS
Cuando conversa, Aburto Martínez es un hombre proclive a los monosílabos o al silencio. Pero en la palabra sobre papel, sí ha sido generoso: ha escrito incluso detrás de sus dibujos o pinturas, casi siempre sobre historias de desventura y justicia. Para elaborar su perfil psicológico, los especialistas se basaron más en su escritura que en su palabra dicha. Ya fuera en la breve conversación -la que mantuvo con “El Chapo”- como en la escritura, el mensaje de Mario Aburto Martínez ha sido uno: “Yo no le disparé al licenciado Colosio”.
Entre 1994 y 2000, Mario Aburto Martínez escribió 12 fábulas y decenas de cuentos cuya estructura y contenido fueron analizados para los fines de la investigación criminalística de su caso. El chivo, el búho, la tortuga, el camaleón, el gusano, el cerdo, el pato, las hormigas, el topo, la víbora y el zopilote son algunos de los protagonistas de sus relatos. Los juicios y la injusticias son las circunstancias. La libertad –siempre una justicia divina que llega a poner orden y brindar libertad- es la moraleja.
Los psicólogos contratados para el caso Colosio, dudaron de la autenticidad de la autoría y calificaron esos textos como “lejanos a las reglas de la Literatura”. Pero a la vez, los mismos analistas de la conducta reconocieron la insistencia del interno a decir que es inocente.
“A través de sus fábulas, Mario Aburto indica que recibió presiones de infinidad de gentes de diferentes estatus sociales: Presidentes, Congresistas, legisladores de diferentes partidos (…) Gobernantes del Estado”, se indica en los documentos de los psicólogos contenidos en el Informe de la Investigación del homicidio del licenciado Luis Donaldo Colosio Murrieta, El Autor Material, elaborado por la Subprocuraduría Especial para el Caso Colosio.
El escritor Augusto Monterroso, en 1996, en una entrevista, poco antes de presentar su libro “Cuentos, fábulas y lo demás es silencio”, dijo: “La vida es cruel. La literatura tiende a suavizar esa crueldad”. En la introducción a uno de sus textos de apuntes históricos, políticos y culturales, el asesino confeso, dice: “Pero Quién pudiera pasar por algo la necesidad imperiosa de escribir cuando por sus venas corre la tinta que le apremia a realizar el rito sagrado de plasmar en el papiro las inquietudes; las interpretaciones más claras, precisas, veraces y esactas de las cosas, que a juicio del actor y Su libre albedrio le parescan”.
Para él, escribir fue una actividad incesante en los primeros años de cautiverio. Leer, también. En el tomo II del informe, se indica que desde su ingreso al Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) de Almoloya de Juárez (hoy de El Altiplano) en 1994 y hasta 2000, solicitó 370 libros y 175 revistas. Los temas que más le interesaron fueron Economía política, textos clásicos y pintura. A partir de 1999 fue menos asiduo a la lectura porque, según refirió, requería un ajuste en la graduación de sus anteojos.