En 2011, la gira de Tungas y Gula, dos grupos de punk del DF, arrancaba por el Noreste de México. Decidimos salir a las dos de la mañana, muy temprano para no atravesar las carreteras de Tamaulipas de noche. Nuestro destino: Matamoros. Nos esperaban al menos 14 horas de carretera, mucho tiempo para imaginar todo lo que podría pasar.
Un mes antes nos habíamos juntado para planear la logística de la gira. Después de casi siete años como banda, nuestras primeras presentaciones serían en los estados de Nuevo León y Tamaulipas. La banda que nos acompañaba en la gira tenía muchos años más de experiencia a cuestas.
El viernes tocaríamos en Matamoros, el sábado en Monterrey y el domingo en San Luis Potosí. Dos mil kilómetros en tres días. Un viaje cansado, pero posible.
“Me dijeron que no pasa nada mientras viajemos de día. Los retenes los ponen en la noche”, comentó Chema, el organizador de la gira. Nosotros, de manera ingenua, hicimos bromas sobre la situación del país e incluso, de manera no oficial, llamamos a la gira Zeta Tour. Estoy seguro de que si cualquiera de los pasajeros de aquella camioneta hubiera estado mejor informado sobre la situación del país en aquellas fechas, habría sido más cauto con sus comentarios.
Un día antes de emprender nuestro viaje hubo levantados, decapitados, entambados y ejecutados en Nayarit, Sonora, Michoacán, Guerrero, Morelos, Quintana Roo, Nuevo León, Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas. Un panorama alentador.
A partir de diciembre de 2006, mes en que asumió la presidencia Felipe Calderón y declaró la Guerra contra el narco, los diarios y noticieros a nivel nacional se tiñeron de rojo. La avanzada del ejército mexicano comenzó en Michoacán, el estado natal de Calderón.
Día tras día fueron aumentando las cifras de militares, sicarios e inocentes muertos en el campo de batalla. Al terminar el sexenio del panista, según cifras del INEGI, se registraron 121 mil 683 muertes violentas, casi 56 al día. El 2011 fue el año más violento de la administración calderonista, con 27 mil 213 muertos.
—Me dijeron que si te agarran los zetas, te ponen a pelear con tus amigos a muerte, y al último que queda vivo lo hacen parte del cártel—, comentó uno de los miembros de la banda.
—Yo preferiría que me mataran antes—, respondí.
—Y si no tuvieras de otra, ¿crees que serías de los últimos sobrevivientes?
—No sé, pero a ti sí te rompía tu madre —contesté riendo.
Entre bromas y posibles escenarios, pasaron más de las 14 horas estimadas y llegamos a nuestro destino, sanos y salvos. Atravesamos el estado de Tamaulipas de sur a norte sin ningún percance. Ciudad Victoria, Abasolo, San Fernando, Valle Hermoso y finalmente, la ciudad fronteriza de Matamoros.
“En la esquina está la iglesia, pasen a dar gracias porque no les pasó nada. Por el camino que vinieron hubo tres balaceras hoy”. Con esas palabras nos recibieron en la casa del Yiyo, un viejo amigo, oriundo de Matamoros, antes de ofrecernos un delicioso banquete. Como mecanismo de defensa, tratamos de ignorar lo que acabábamos de escuchar y depositamos nuestros pensamientos en los tacos y las cervezas que estábamos devorando.
“La semana pasada levantaron al vecino de enfrente”, nos contó el señor de la casa. La tensión crecía en el ambiente, y como círculo humano que rodea una fogata, nos acercamos cada vez más y escuchamos las historias que eran imposibles de ignorar. Estábamos en México, en Tamaulipas.
Pasaron las horas, nos armamos de valor y salimos a tocar. Todo estuvo en orden y el nivel de tensión volvió a bajar.
“Gracias por venir, ya casi ninguna banda quiere venir para acá”, nos decían algunos de los asistentes a la tocada. “Hoy no vino tanta gente al show por las balaceras”, nos comentó el vocalista de una banda local. Ese día se registraron dos balaceras al interior de Matamoros, “una a las afueras de la tienda Chedraui, sobre la Avenida del Niño, y otra a la altura de Sendero Nacional”. Ambas sucedieron después de las 5PM, horario en el que arribamos a la ciudad.
Al terminar la tocada y después de beber algunas cervezas, decidimos buscar un lugar para cenar. Craso error.
Nos repartimos en dos camionetas: en la que viajamos desde el DF y la del vocalista de la banda local con la que compartimos escenario. Yo iba en la segunda, junto a mi mejor amigo, y el baterista de la banda con la que compartimos aquella gira. Unos metros antes de llegar a una taquería, una patrulla se puso detrás de ambas camionetas y nos pidió que nos orilláramos.
Los de la camioneta de adelante nos bajamos y el conductor caminó con dirección a la patrulla para hablar con los oficiales. Antes de que aquello sucediera, vi a dos hombres acercándose por la banqueta. Uno de ellos llevaba cargando una metralleta en el hombro, estaba justo al lado de la camioneta en la que venían los demás. Volteó en dirección a la patrulla e hizo un gesto con el arma en la mano derecha, los policías se fueron inmediatamente.
Cuando aquello sucedió, pedí a mis acompañantes que no voltearan atrás y me siguieran con dirección a la taquería, nos sentamos en una mesa y les expliqué, como pude, lo que acababa de mirar. Desde la ventana observamos lo que estaba pasando, los dos tipos revisaban la camioneta en la que se encontraban nuestros amigos y compañeros de banda. En la espalda del acompañante del hombre de la metralleta se asomaba un arma con cachas de oro.
—¿De dónde vienen?, ¿son los de Café Tacuba?— preguntó uno de los hombres armados.
—No, somos dos bandas del DF —contestó Willy, guitarrista de la banda que realizó la gira con nosotros.
—¿Qué hacen tan lejos?
—Nos invitaron a tocar.
—¿Y son famosos?
—No, pero mira, éste es nuestro disco— dijo mientras se lo regaló.
—Ah, y qué les gusta, ¿la mota, la coca? Traemos todo.
—No, gracias.
—¡Oh! ¿No son rockeros?
Después de los cinco minutos más largos de nuestras vidas, los sujetos decidieron dejarlos ir. Nos subimos rápidamente a la camioneta y avanzamos unos cuantos metros, de pronto, un auto negro se nos emparejó. Pensamos lo peor, una escena de película.
El cristal del auto negro bajó lentamente, no se asomó ningún arma. Eran los mismos sujetos, pidieron que abriéramos la ventana, ya estaban escuchando el disco.
“Para la próxima que vengan nos hacen una rola bien mamalona, ¿va? Dedicada para el Cártel del Golfo...”, ésas fueron sus últimas palabras y se alejaron con la música a todo volumen. No dijimos una sola palabra y después de recorrer las calles de Matamoros con pánico, llegamos a un lugar seguro para dormir.
Al día siguiente salimos de la ciudad a primera hora, ni siquiera paramos a desayunar.
Tres días después, se reportó un enfrentamiento entre militares y miembros del crimen organizado en Abasolo, Tamaulipas. El saldo fue de 18 muertos.
Seis días después, elementos del ejército mexicano descubrieron 88 cadáveres en narcofosas en el municipio de San Fernando, Tamaulipas. Al parecer se trataba de pasajeros mexicanos que viajaban en autobús por carreteras de Tamaulipas y habían sido secuestrados en fechas pasadas.
Hace unos días nos llegó un mail al correo de la banda. Nos invitan a regresar a Matamoros. Desde aquella experiencia, nos hemos vuelto más cuidadosos al momento de elegir las ciudades que visitaremos.
Al fin y al cabo sólo queríamos tocar.