En el año 2007, Belinda llegó a Torreón, Coahuila, procedente de la Ciudad de México, para ayudar a su hermana a administrar el negocio familiar, un bar llamado La Carreta, del que, poco tiempo después, se convirtió en la propietaria al 100%. El establecimiento daba frutos, funcionaba hasta la madrugada, y en pocos meses generó una clientela regular, éxito que fue rápidamente detectado por el crimen organizado y pronto comenzaron las extorsiones telefónicas, exigiendo a Belinda entregar las ganancias generadas por el bar, a cambio de preservar la integridad física de sus familiares.
Belinda se negó a pagar, y el castigo vino pocos días después de la primera llamada extorsiva, el 15 de julio de 2007, cuando al Bar La Carreta llegó un convoy de la Policía Federal Preventiva (hoy Policía Federal), cuyos elementos invadieron el local para realizar lo que calificaron como una “revisión de rutina”, para la cual, aseguraron, no se requería orden de cateo.
Ya dentro del negocio, los agentes preguntaron por un cliente, el cual, afirmaron, se dedicaba a la venta de droga, pero él no estaba en el bar y, aunque las instalaciones fueron cateadas en ese instante, nada halló la policía que indicara la comisión de algún delito; sin embargo, Belinda fue detenida, sin orden de aprehensión y sin acusación formal en su contra, y sólo una cosa le dijeron los agentes: “Ya valiste madres, te va a llevar la chingada”.
Belinda accedió a acompañar a los agentes, en calidad de detenida, más por el miedo a que hicieran algo en contra de los empleados y los clientes, que por confiar en el legal proceder de los uniformados.
Desde entonces, han transcurrido siete años, tiempo que Belinda ha permanecido en prisión, enfrentando cargos por secuestro, delitos contra la salud y delincuencia organizada. Pero tres detalles destacan en su caso: el primero, que no existen evidencias materiales de los delitos que se le imputan; el segundo, que las víctimas de dichos delitos nunca la señalaron como responsable; y tercero, que el único indicio que existe en su contra es una confesión incriminatoria firmada, según su decir, luego de ser sometida a dos días de tortura en una casa de seguridad, y luego de tres meses de incomunicación, dentro del Centro Federal de Arraigo, en la Ciudad de México…
“Acuérdate”
Inmediatamente después de ser detenida, Belinda, entonces de 38 años, no fue conducida directamente al Ministerio Público, como dicta la norma, sino que fue llevada al estacionamiento del Wal Mart de Torreón, donde le vendaron los ojos y comenzaron los golpes.
Inicialmente, los policías le dijeron que habían entrado a su casa y encontrado ahí armas y droga, cuya procedencia le exigían explicar, siempre entre golpes e insultos.
Belinda negó dichas acusaciones, a pesar de las advertencias de que debía “cooperar”, así que fue trasladada a una casa de seguridad, en donde, afirma, “escuchaba gritos y ruegos de hombres, pidiendo que ya los dejaran”.
Siempre con los ojos vendados, Belinda fue desnudada y sometida a toques eléctricos en los pies, en las pantorrillas, en las ingles, en los genitales, en las manos, en los senos y en los pezones, esto, mientras era obligada a fijar la vista en fotografías de gente y casas que no conocía, “y cada vez que negaba saber lo que preguntaban, era nuevamente torturada“, y amenazada con que, de no hablar, sus sobrinas serían conducidas hasta ese lugar y violadas en su presencia.
Entre los gritos de dolor de otros hombres que eran torturados en ese lugar, Belinda pudo reconocer la voz de quien entonces era su pareja sentimental, quien también había sido detenido y trasladado a esa casa de seguridad, para ser torturado.
Belinda entendió que la amenaza contra sus familiares era real y, sólo entonces, aceptó firmar la confesión incriminatoria.
Para el día siguiente, Belinda, junto con otros de los detenidos torturados, fue trasladada de Torreón a la Ciudad de México, y antes de ser ingresada al Centro Federal de Arraigo, uno de los agentes le advirtió: “Acuérdate, gordita, en lo que quedamos: nada de que los torturamos o, si no, tu familia la va a pagar”.
¿Derechos?
Con el objetivo de comprobar la inocencia de Belinda, su defensa dedicó los primeros dos años desde su captura integrando al juicio evidencias de que ella no tiene relación con el secuestro en del que la acusan, ni con el grupo de supuestos traficantes de drogas con los que la vinculan, pero la lentitud del juicio comenzó a minar su salud, por lo que, en 2009, la defensa intentó una segunda estrategia: demostrar que la confesión incriminatoria le fue arrancada por medio de la tortura, con la intención de acelerar así su liberación.
Para ello, el abogado de Belinda solicitó a la Comisión Nacional de Derechos Humanos la realización del Protocolo de Estambul –la batería de exámenes científicos y psicológicos que permiten determinar si una persona fue víctima de tortura, aún cuando haya pasado un tiempo considerable desde los hechos–, lo que permitiría confirmar que la confesión autoincriminatoria fue obtenida mediante tormentos físicos.
La CNDH, sin embargo, se negó a realizar dichas pruebas, alegando que “este organismo nacional no puede conocer (del caso) debido a la extempraneidad con que se presentó la queja“.
Y así, para Belinda sólo quedó una opción: esperar a la conclusión del juicio en su contra… juicio que se ha prolongado por siete años.
–¿Cómo es posible que una persona pase siete años en prisión, sin que se le dicte sentencia? –se pregunta al defensor de Belinda, el abogado Giovanni Ibarra.
–Ciertamente, en términos legales y jurídicos –señala el abogado– no se puede decir que siete años de juicio, sin veredicto, impliquen una irregularidad. En este caso lo que ha ocurrido es que el juicio se ha prolongado por todo este tiempo, debido a que Belinda está siendo juzgada junto con un grupo mayor de personas que son acusados de los mismos delitos, y cuando algo se detiene en el proceso penal de uno de ellos, eso detiene el proceso de todos los demás… por otra parte, en todos estos años muchos de los testigos presentados por el Ministerio Público han sido asesinados o desaparecidos, lo mismo policías que presuntos delincuentes, y cada vez que un testigo muere o desaparece, el juicio se vuelve más lento aún.
–¿Qué pruebas existen en contra de Belinda, directamente?
–Pues, en realidad, no hay pruebas materiales en su contra, además de la confesión que le obligaron a firmar. Las armas que los policías le dijeron que habían encontrado en su casa nunca existieron y, de hecho, no fue acusada de posesión de armas, sino de cooperación para el tráfico de drogas y secuestro. Por otra parte, en la acusación de secuestro, concretamente, uno de los coacusados afirma que una de las cómplices era una mujer a la que sólo identifica como “La Güera”, y es esta declaración la que el MP está usando en contra de Belinda, pero no porque el testigo la identifique físicamente, sino sólo porque él afirma que en el secuestro participó una tal “Güera”, y como Belinda es de tez blanca, la autoridad afirma que se trata de ella. No hay ninguna prueba más, sólo eso, y con eso, Belinda ha sido privada de la libertad por siete años.
–¿Cuáles son las perspectivas que se tienen en torno a la conclusión del juicio?
–Luego de siete años de presentación de pruebas, alegatos y periciales, este proceso finalmente concluyó esta semana, así que esperamos que la sentencia pueda ser emitida, a mas tardar, en un mes –explicó el abogado–, y confiamos en que el veredicto sea absolutorio, ya que el MP no ha logrado presentar evidencias concretas para sustentar las acusaciones que se formularon en su contra, mientras que, por nuestra parte, hemos presentado evidencias no sólo de que ella no tiene vinculación con ninguna banda criminal, sino también hemos presentado pruebas de que todo el caso en su contra ha sido fabricado, empezando por el hecho de que su arresto se realizó sin una orden de aprehensión, sin haber sido descubierta cometiendo algún delito flagrante, además de que comprobamos que la detención se realizó en un lugar y circunstancias disntitnas a las señaladas por la autoridad.
Epílogo
Este jueves, 26 de junio, se conmemora el Día Internacional de Apoyo a las Víctimas de Tortura y vienen, pues, a colación, las palabras de una de las sobrinas de Belinda Anabel Garza Melo: “Confío –escribió– en que la justicia de los hombres llegará, al fin, a su vida, de la manera correcta, y estoy segura de que Dios va a ayudarnos a estar juntas, pues sólo él conoce la verdad. Mi tía es inocente y espero que esto llegue hasta sus corazones y toque sus conciencias, para que se haga lo correcto…”.