De acuerdo a los mapeos de la Organización Amnistía Internacional y el Instituto de Seguridad y Democracia (Insyde), Michoacán se encuentra entre las cinco rutas del tráfico hormiga de armas procedentes de los Estados Unidos.
Las principales armas que se introducen en este contrabando ‘hormiga’ son: fusiles de asalto AK-47 (cuerno de chivo) y AR-15, ambas con candencia de disparo en automático de 600 balas por minuto; fusiles Barret (para penetración de blindajes) y pistolas de uso exclusivo del Ejército y Fuerza Armada.
El contrabando hormiga de armas en Michoacán es grave y deben instrumentarse acciones que reduzcan esos flujos, advierten organizaciones como Amnistía Internacional, Oxfarm Internacional, el Colectivo por la Seguridad con Democracia y Derechos Humanos.
De acuerdo a los mapeos la ruta de movilización de armamento clandestino en Morelia, inicia en Washington, sigue por la Costa Este del Pacífico, atraviesa el estado de Oregón y California, llega a Tijuana y continúa por Nogales, Sonora, Hermosillo, Culiacán, Tepic, Guadalajara y llega a la capital michoacana, desde donde se moviliza hacia el sur del país con ramificación a Guerrero.
Por otro lado, de acuerdo a informes de la Sedena (Secretaría de la Defensa Nacional) en Michoacán se han incautado 23 mil 244 armas. Este hecho revela la gravedad del problema si se toma en cuenta que en tan sólo 15 meses, en Michoacán se decomisaron casi el 23 por ciento de lo asegurado a nivel nacional durante seis años.
La intensa migración que distingue a Michoacán es también uno de los factores que descompusieron el panorama. Cientos de miles de michoacanos van y vienen de México a Estados Unidos, abriendo oportunidades innumerables para acciones delictivas. Había entonces, una actividad criminal intensa que sin embargo no tenía una expresión de violencia descontrolada.
La ola de crímenes comenzó cuando Los Zetas, la gente del Golfo, resolvieron irrumpir en la plaza para adueñarse de la actividad criminal. Como se sabe, esta banda, la de Los Zetas, formada en un principio por desertores del Ejército, lo que es una mancha indeleble, no sólo se dedican al tráfico de drogas, sino que sacan dinero hasta de las piedras, sobre todo de la extorsión de cualquiera que tenga una actividad económica, desde la señora que tiene una fonda o la que vende quesadillas hasta empresarios medianos y grandes.
Es obvio que un operativo de extorsión de esta magnitud sería imposible sin antes haber corrompido a los policías locales, a los alcaldes e incluso a la gente del gobierno estatal. Por todo en Michoacán hay historias de gente que ve a policías y criminales departir amigablemente, a la vista de todos, en bares y antros, dándose palmadas en la espalda, tratándose de compadres, burlándose de la gente.
Los delincuentes locales, primero empleados de Los Zetas y después sus enemigos mortales, se agruparon en torno a La Familia, ese cártel místico que disfraza sus delitos de acciones de protección dictadas desde las alturas. Ojalá esto fuera cosa de Dios, y no del diablo.
La Familia logró desplazar a Los Zetas, no sin antes cortar varias cabezas para dar muestra de su brutalidad y al mismo tiempo expandieron la práctica de la extorsión. Las autoridades atestiguaron la descomposición. En lugar de combatirla se sumaron a ella. La Familia se rompió y surgieron entonces los así llamados Caballeros Templarios, los de La Tuta, que son unos payasos criminales que se asumen como santones.
De esa ruptura y del pleito de los Templarios con los pistoleros del Cártel de Jalisco Nueva Generación, aliados del Chapo, es que emanan los grupos de autodefensa que pasaron de las carabinas a los más mortíferos fusiles de asalto en cuestión de semanas. La versión de que el Cártel de Jalisco Nueva Generación da las armas, es veraz pero insuficiente. Una crisis de tal magnitud con un crecimiento tan rápido suele tener manos que mueven la cuna. Manos largas, de esas que llegan de Langley a Tierra Caliente.